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chas dudas irían menguando al crecer el tamaño de los telesco-
pios. La carrera por conseguir telescopios más y más grandes
continúa sin freno en nuestros días; baste pensar en los futuros
E-ELT (EuropeanExtremely Large Telescope), de 39 m, o el SKA
(Square Kilometre Array).
Hay que advertir en la discusión de la paradoja de Olbers que
hoy, contra la percepción de la intuición ingenua, la relatividad
general nos permite concebir un universo finito en el espacio,
pero sin centro ni bordes ni punto singular alguno.
LA S NEBULOSAS
Con este término, Kepler se refiere a la Vía Láctea, pues no hay
otra nebulosa que pudiera observarse sin telescopio, exceptuando
las Nubes de Magallanes, de las que quizá Kepler terúa noticia al
haber sido descubiertas para nuestra cultura un siglo antes, en el
viaje de Magallanes y Elcano. Suele decirse que Galileo fue quien
propuso que la Vía Láctea era en realidad un conjunto muy grande
de estrellas. Kepler hurtó el mérito a Galileo por pensar que otros
ya lo habían creído antes. La Vía Láctea era una «reunión de estre-
llas, cuyas luces se confunden por la torpeza de la visión».
LOS SATÉLITES DE JÚPITER
Como los cuatro nuevos «planetas» no se alejaban más de 14' de
Júpiter, no estaban en conflicto con la conclusión del joven Kepler
de que solo podía haber seis planetas, como se decía en el Myste-
rium cosmographicum. Con una pequeña holgura que hubiera
entre sólidos perfectos y órbitas planetarias, podrían existir estos
nuevos planetas sin desmantelar el sistema kepleriano. Calculó
cómo verían los habitantes de Júpiter o Saturno nuestra Luna y
para ellos tampoco nuestro satélite se apartaría mucho más de
esos pocos minutos. El nombre de «satélite» para la Luna y para
los cuatro planetas nuevos de Júpiter fue precisamente introdu-
cido por Kepler.
102 EL ASTROFÍSICO