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Ya estaban juntos las ideas de Copénúco y los datos de Tycho.
¡Qué gran momento! Se prometía una tarea fácil. Pero no lo era.
Se obtenían errores de 8 ', algo que habría bastado a cualquier otro
astrónomo. Pero los datos de Tycho tenían errores de menos de
2 ' y el modelo buscado solo sería admisible si podía ajustarse a
esa precisión.
El hallazgo de las dos primeras leyes de Kepler es un proceso
muy complejo, difícil de seguir en todos sus pormenores. La difi-
cultad es tan notoria que en la actualidad sería una tarea muy di-
fícil para cualquier físico, incluso partiendo de los conocimientos
de la mecánica de Newton, e incluso conociendo cuál debe ser el
resultado. Algunas ideas básicas fueron decisivas y fueron propor-
cionando un ajuste cada vez mejor. En primer lugar, Kepler pensó
que las órbitas eran ovaladas, sin llegar a precisar en un primer
paso que fueran elipses.
Mucho antes, el astrónomo andalusí Azarquiel (1029-1087)
había concebido que la órbita de Mercurio era ovalada. Es muy·
posible que Kepler conociera este trabajo, dado que Azarquiel era
muy citado y traducido y porque Kepler estudiaba concienzuda-
mente a los astrónomos de otras épocas. O es posible que no,
porque, de hecho, nunca lo citó.
También consideró que el Sol no tenía por qué estar en el
centro de las órbitas; es más, de hecho era difícil que estuviera en
el centro de todas ellas. Esto no era nuevo, era la antigua idea de
las «ecuantes», ya utilizadas en el sistema geocéntrico. En efecto,
si el Sol no ocupaba el centro de una órbita circular recorrida con
velocidad uniforme, observaríamos una velocidad variable desde
la Tierra.
Otra idea feliz consistió en considerar que la Tierra tenía que
comportarse como un planeta más, estando el centro de su órbita
tan1bién desplazado con respecto al Sol. Anteriormente, la coinci-
dencia supuesta de ambos puntos equivalía a trabajar con el «Sol
medio», pero había que tener en cuenta el «Sol verdadero». Esto
conducía a un mejor ajuste.
Había, entonces, para cada planeta, incluida la Tierra, una
línea de los «ápsides», que conectaba un «afelio» y un «perihe-
lio». Se obtenía que la razón de las velocidades en el afelio y en
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