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instante de tiempo; hoy sería más práctico aplicar el principio de
conservación del momento cinético.
PERÍODOS Y DISTANCIAS
Harmonice mundi, obra en la que Kepler expresó su tercera ley del
movimiento planetario, tiene un carácter más medieval que Astro-
nomia nova. Su inspiración tiene un componente místico-religioso
importante: suporúa que el Sol, representante del Padre, giraba
sobre sí mismo: Más tarde se comprobó que esto era cierto me-
diante el movimiento de las manchas solares. Esta fuerza de giro
emanaba del Sol, pero se iba debilitando con la distancia, de forma
que los planetas más cercanos al Sol eran más intensamente arras-
trados por su giro, por lo que se desplazaban más rápido en su ór-
bita. La debilidad con que alcanzaba esta fuerza de giro a los plane-
tas más alejados hacía que estos se movieran más despacio. Por
tanto, debía existir una relación entre la distancia de un planeta y su
período. Pero ¿cuál era esta relación?
Hay que decir que, fueran de la índole que fueran los cami-
nos de inspiración de esta idea, no pudo ser más fe cunda, porque
fue precursora de la gravitación newtoniana, según analizaremos
en el siguiente capítulo. Por otra parte, la ardiente mentalidad de
Kepler no era incompatible, sino todo lo contrario, con su respeto
escrupuloso de los datos. Dios había creado el hombre a su ima-
gen y semejanza para que pudiera apreciar su divina geometría.
Él, como hombre, podía y terúa que encontrar la relación exacta
que buscaba, pero no inventársela. Y al encontrarla vivió una expe-
riencia sublime porque la ley era sencilla y perfectamente exacta,
como él esperaba del Creador: «El cuadrado de los períodos del
movimiento de traslación de los planetas es proporcional al cubo
de sus distancias medias».
Hoy, esta ley se hubiera obtenido como una ley de ajuste por
procedimientos rutinarios y estándar, como pudiera hacerlo cual-
quier principiante investigador. En la figura 1, la distancia se re-
presenta en abscisas, y el período, en ordenadas. Vemos los cua-
EL ASTRÓNOMO 65