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Siempre he sostenido que la analogía entre mercado económico y mercado político,
entre competencia de productores de bienes y competencia de partidos, es una analogía
débil. Pero se diría que la competencia enhe los medios de comunicación funciona aún
peor que la competencia política —en cuanto a la autocorrección—. Las grandes
cadenas de televisión americanas se imitan de un modo excesivo. Graber observa
icásticamente (1984, pág. 80) que «los medios de comunicación rivalizan en
conformismo». De hecho, ocho de cada diez noticias son las mismas, en todas las
cadenas. Como ya he tenido ocasión de destacar (Sartori, 1995, pág. 431), «los
supuestos competidores juegan sobre seguro: en lugar de diferenciarse se superponen».
Evidentemente, no todas las competencias son iguales en sus resultados «virtuosos». En
este sentido, sólo podemos tomar nota del hecho de que la competencia entre los medios
de comunicación no produce beneficios concurrentes, sino más bien un deterioro de los
productos, Este deterioro tiene numerosas causas, y entre ellas una unidad de medida de
la audiencia indiferenciada —Auditel—. Para Auditel, contar con Churchill entre el
público tiene el mismo peso que contar con su portero; por tanto, el incremento de la
audiencia se consigue en descenso, a la baja, haciendo disminuir a los alfabetizados a
los niveles de los analfabetos (si el hecho de perder a un Churchill significa ganar a dos
porteros). ¿Qué podemos hacer ante esta situación? No puedo proponer ningún remedio
milagroso. Karl Popper (1996) ha escrito que una democracia no puede existir si no se
con- trola la televisión. Comparto sus temores sobre la democracia, sobre todo en el
sentido de que la tele-democracia incentiva un directismo suicida que —como ya he
dicho— confia la conducción del gobierno de un país a conductores que no tienen
permiso de conducir 15, Pero no veo con claridad cómo puede controlarse la libertad de
expresión. Además, el remedio preliminar está siempre, a todos los efectos, en la toma
de conciencia de los problemas y en la determinación de resistir y de reaccionar; y es
muy importante reaccionar protestando frontalmente contra la arrogancia y la
charlatanería intelectual del negropontismo, de los profetas, o mejor de los gurús, del
brave new world electrónico.
Como observa Furio Colombo (1996, pág. 8), a quien intenta comprender las «nuevas
comunicaciones» y se pregunta «qué pasa por la red? ¿De quién, para quién, y por
cuenta de quién?», debemos responder sólo con sarcasmo y denigración E...] quien está
contra nosotros está deformado y es un inadaptado». Y ésta, comenta Colombo, es «una
posición que no tiene precedentes en la trayectoria de la ciencia y en la evolución de la
tecnología». La expresión «ser digitales E...] es también la defiuiición de un estado de
gracia [...].La gracia o la tienes o no la tienes. ¿Quién no la tiene? Quien no cree en el
evangelio del bit según Negroponte». Sigo citándolo (no se podría expresar mejor):
La convicción que se nos quiere inculcar [...] es la siguiente: no hagáis caso a quien
pone objeciones a nuestra fe. Las objeciones no cuentan porque no existen
antagonistas. Se trata simplemente de los «sin techo» que acampan al margen de la
red. De un predicador no se puede querer más. Cómo es posible que tantas personas se
dejen hechizar por un nivel de argumentación tan modesto por parte de un perito
industrial de la circulación en la red [...] es dificil de explicar.