Page 196 - Cementerio de animales
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mediodía, Rachel parecía haber mejorado un poco. Por lo menos, ahora tenía idea de
           la  hora  que  era  y  hasta  fue  a  la  cocina,  para  ver  si  había  fiambres  para  preparar
           bocadillos o alguna cosa para después. Porque más tarde la gente querría ir a la casa,

           ¿verdad?, preguntó a Steve.
               Steve asintió.
               No había embutido ni rosbif; pero tenía un pavo relleno en el refrigerador, y lo

           puso  en  la  rejilla  a  descongelar.  Steve  se  asomó  a  la  cocina  minutos  después  y  la
           encontró llorando delante del fregadero y mirando el pavo.
               —Rachel…

               Ella se volvió.
               —A  Gage  le  gustaba  el  pavo  relleno.  Sobre  todo,  la  pechuga.  —Esbozó  una
           sonrisa atroz—. Se me ha ocurrido que ya nunca más lo comerá.

               Steve  la  mandó  arriba  a  vestirse  —en  realidad,  ésta  era  la  prueba  final  de  su
           serenidad— y cuando la vio bajar con un sencillo vestido negro con cinturón y una

           pequeña cartera (en realidad, un bolso de noche), estimó que podía dejarla ir, y Jud se
           mostró de acuerdo.
               Steve la llevó a la ciudad y se quedó en el vestíbulo de la capilla con Surrendra
           Hardy, mirando a Rachel avanzar por el pasillo hacia el féretro cubierto de flores.

               —¿Cómo están las cosas, Steve? —preguntó Surrendra en voz baja.
               —No pueden estar más jodidas —dijo Steve ásperamente—. ¿Cómo crees tú?

               —Pues eso, jodidas —suspiró Surrendra.



                                                            * * *



               En realidad, la cosa empezó por la mañana, cuando Irwin Goldman no quiso dar
           la mano a su yerno.
               Al  ver  reunidos  a  tantos  amigos  y  parientes,  Louis  salió  un  poco  de  su

           aturdimiento y empezó a percibir más claramente lo que ocurría a su alrededor. Había
           entrado en aquel estado de aflicción dócil que los directores de las funerarias saben

           aprovechar. Louis era paseado por la capilla como si fuera una ficha de parchís.
               Contigua  a  la  capilla,  había  una  salita  donde  se  podía  fumar  y  descansar  en
           mullidas butacas que parecían sacadas de un lúgubre club inglés que hubiera ido a la
           quiebra. En un atril de metal negro y dorado, colocado a la puerta de la capilla había

           un pequeño rótulo en el que se leía, simplemente: GAGE WILLIAM CREED. Si uno
           recorría  aquel  espacioso  edificio  blanco  con  engañoso  aspecto  de  vieja  mansión

           familiar, encontraba otra salita idéntica, junto a otra capilla, con un rótulo que decía:
           ALBERTA BURNHA NEDEAU. En la capilla de la parte posterior del edificio el
           atril estaba vacío. Aquel martes por la mañana, esta capilla se encontraba vacante. En
           el sótano estaba la sala de exposición de féretros, cada modelo, iluminado por un foco




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