Page 197 - Cementerio de animales
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instalado en el techo. Si mirabas arriba —y Louis miró, lo que le valió un gesto de
           reproche del director—, creías descubrir una colección de animalejos acurrucados en

           el techo.
               Jud fue con él el domingo, al día siguiente de la muerte de Gage, para elegir el
           ataúd. Cuando bajaron al sótano, en lugar de torcer inmediatamente hacia la derecha,
           donde estaba la sala de exposiciones, Louis siguió pasillo adelante en dirección a una

           puerta blanca oscilante como las que suele haber entre el comedor y la cocina de los
           restaurantes. Jud y el director de la funeraria dijeron rápidamente al unísono: «No es
           por ahí.» Y Louis, obediente, se alejó de la puerta oscilante. Pero él sabía lo que había

           detrás. Su tío tenía una funeraria.
               En  la  capilla  había  varias  filas  de  sillas  plegables,  de  las  caras,  con  asiento  y
           respaldo tapizados. Delante, en un combinado de altar y glorieta, estaba el féretro:

           Louis había elegido el modelo Eternal Rest de palo de rosa, de la American Casket
           Company. Con forro capitoné de seda rosa. El director se mostró de acuerdo en que

           era un ataúd precioso y lamentó no tenerlo con el forro azul. Louis respondió que ni
           él ni Rachel se habían preocupado nunca de tales matices. El hombre asintió. Luego,
           preguntó a Louis si había pensado ya cómo pagaría los gastos del entierro. Si aún no
           lo tenía decidido, podían pasar un momento al despacho y él le informaría de sus tres

           modalidades más populares.
               En la cabeza de Louis, un locutor anunció de pronto jovialmente: «¡Un ataúd para

           su hijo, gratis con los cupones Raleigh!»
               Como en sueños, Louis respondió:
               —Pagaré con tarjeta de crédito.
               —Muy bien —dijo el director.

               El  ataúd  tenía  poco  más  de  un  metro  de  largo:  un  miniataúd.  El  precio,  sin
           embargo, rebasaba los seiscientos dólares. Louis supuso que lo habían puesto sobre

           unos  caballetes,  pero  las  flores  los  cubrían.  De  todos  modos,  no  quería  acercarse
           mucho. El olor de aquellas flores le daba ganas de vomitar.
               Al extremo del pasillo, junto a la puerta que comunicaba con la salita, había una
           mesita con un álbum y un bolígrafo sujeto a la mesa con una cadena. Allí situó a

           Louis el director, para que pudiera «saludar a los parientes y amigos».
               Los parientes y amigos debían firmar en el libro, con nombre y dirección. Louis

           nunca  había  podido  adivinar  cuál  era  el  objeto  de  tan  absurda  costumbre,  y  ahora
           tampoco  lo  preguntó.  Suponía  que,  después  del  entierro,  él  y  Rachel  tendrían  que
           llevarse  el  libro  a  casa.  Y  esto  le  parecía  aún  más  disparatado.  En  algún  sitio,  él

           guardaba su álbum de la escuela secundaria, su álbum de la universidad y su álbum
           de la Facultad de Medicina; había también el álbum de la boda, con la inscripción MI
           BODA estampada en letras doradas sobre símil-piel, que empezaba con la fotografía

           de Rachel probándose el velo de novia delante del espejo, ayudada por su madre, y




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