Page 199 - Cementerio de animales
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iba a decirle a continuación, algo que él, sin saber por qué, estaba temiendo. Sí; ya
venía, como una negra bala de grueso calibre disparada por un asesino, y él
comprendió que aquella bala le heriría una y otra vez durante los interminables
noventa minutos siguientes y por la tarde, otra vez mientras sangraban todavía las
heridas de la mañana.
—Gracias a Dios, no sufrió, Louis. Por lo menos, fue rápido.
«Sí, muy rápido —le hubiera dicho él, ah, cómo la haría llorar oír aquello. Y
Louis sintió el malévolo impulso de decirlo, de escupirle las palabras a la cara—.
Fulminante, y por eso está cerrado el ataúd, y es que no había por dónde agarrarlo,
aunque Rachel y yo fuéramos de los que visten a los parientes muertos con sus
mejores galas, como si fueran maniquíes de escaparate, y les pintan la cara. Fue muy
rápido, Missymona, todo fue salir a la carretera y quedar tirado, pero un buen trecho
más allá, frente a la casa de los Ringer. Lo golpeó, lo mató y luego lo arrastró y más
nos valdrá pensar que fue rápido. Un centenar de metros o más, el largo de un campo
de fútbol. Yo corría, Missy, gritando su nombre, como si esperase que aún estuviera
vivo; yo, un médico. Corrí diez metros y allí estaba su gorra de béisbol, veinte metros
y una zapatilla de "La guerra de las galaxias", cuarenta metros y el camión ya se
había salido de la carretera, y estaba con la caja, doblado hacia un lado, en el campo
que hay detrás del granero de los Ringer. De las casas salía la gente y yo seguía
gritando su nombre, Missy, y a los cincuenta metros, estaba el jersey, vuelto del
revés, y a los setenta, la otra zapatilla y, luego, Gage.»
Bruscamente, la capilla se puso toda gris. Los objetos se borraron de su vista.
Sentía levemente que el pico de la mesa que sostenía el álbum se le clavaba en la
palma de la mano, pero eso era todo.
—¿Louis? —La voz de Missy. Lejana. Arrullo de palomas en los oídos.
—¿Louis? —Ahora, más cerca. Alarmada.
Las formas recobraron su perfil.
—¿Te encuentras bien?
—Muy bien —sonrió él—. Estoy bien, Missy.
Missy firmó por ella y por su marido —David Dandridge y esposa— con su
estilográfica Palmer y debajo puso la dirección: Carretera de Bucksport, 67. Luego,
levantó los ojos hacia Louis y desvió la mirada rápidamente, como si fuera un crimen
vivir en la carretera donde había muerto Gage.
—Valor, Louis —susurró.
David Dandridge le estrechó la mano murmurando por lo bajo mientras la nuez,
puntiaguda y prominente, le subía y bajaba. Luego, se fue rápidamente pasillo
adelante detrás de su esposa, para cumplir con el rito de la contemplación de un
féretro fabricado en Storyville, Ohio, un lugar en el que Gage nunca estuvo y donde
nadie le conocía.
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