Page 145 - El Misterio de Salem's Lot
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mientras  se  agachaba  junto  a  la  mancha.  Con  los  ojos  entrecerrados,  leyó  las
           instrucciones en la etiqueta del frasco y echó sobre la mancha un chorro de E-Vap. La
           mancha se puso blanca y empezó a burbujear. Un poco alarmado, Callahan volvió a

           consultar la etiqueta.
               —Para manchas muy rebeldes —leyó en voz alta, con la riqueza de inflexiones
           que tanto prestigio le había ganado en la parroquia después de los largos sermones

           punteados por chasquidos de la dentadura postiza del pobre y anciano padre Hume—,
           déjese actuar de siete a diez minutos.
               Se dirigió a la ventana del estudio, que daba Elm Street y, del lado más alejado, a

           St, Andrew.
               Bueno, bueno, pensó. Heme aquí, el domingo a la noche, otra vez borracho.
               Bendígame, padre, porque he pecado.

               Si uno iba despacio y seguía trabajando (durante sus largas veladas solitarias, el
           padre Callahan trabajaba en sus notas. Hacía casi siete años que había empezado a

           escribirlas, supuestamente para un libro sobre la Iglesia católica en Nueva Inglaterra,
           aunque de vez en cuando sospechaba que el libro jamás terminaría de escribirse. En
           realidad, las notas y su problema de alcoholismo habían empezado al mismo tiempo.
           Génesis, 1,1: «En el principio era el whisky,, y el padre Callahan dijo: "Háganse las

           Notas" Apenas si se daba cuenta del lento avance de la ebriedad.
               Ha pasado por lo menos un día desde mi última confesión.

               Eran las once y media, y al mirar por la ventana vio una oscuridad uniforme, rota
           solamente por el círculo que formaba la farola de la calle instalada frente a la iglesia.
           En cualquier momento, en esa mancha podía aparecer Fred Astaire, bailando con su
           sombrero de copa, frac, polainas y zapatos blancos, haciendo girar su bastón. Ginger

           Rogers lo estaría esperando y ambos evolucionarían al compás de Siento otra vez la
           tristeza cósmica de E-Vap.

               Apoyó la frente contra el cristal, dejando que el hermoso rostro que en alguna
           medida había sido su maldición se relajara en las líneas de un distraído cansancio.
               Padre, soy un borracho y un mal sacerdote.
               Con los ojos cerrados podía ver la penumbra del confesionario, podía sentir cómo

           sus  dedos  corrían  la  ventanilla  y  levantaban  el  telón  sobre  todos  los  secretos  del
           corazón humano, podía oler el barniz y el añejo terciopelo de los bancos, y el sudor

           de los viejos; podía saborear el rastro de alcali en su saliva.
               Bendígame, padre,
               (Rompí  el  coche  de  mi  hermano,  azoté  a  mi  mujer,  espié  por  la  ventana  a  la

           señora  Sawyer  mientras  se  desvestía,  mentí,  estafé,  tuve  pensamientos  lujuriosos,
           siempre yo, yo, yo.) porque he pecado.
               Abrió  los  ojos,  pero  Fred  Astaire  todavía  no  había  aparecido.  Al  dar  la

           medianoche, tal vez.




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