Page 373 - El Misterio de Salem's Lot
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Pero el muchacho no oía. Su cara tenía la misma inexpresividad de una pizarra
           borrada. El gemido seguía brotando de su garganta, sin pausa, como el chillido de un
           animal atrapado. Con ambas manos aferraba la pistola, y los dos lucharon por ella.

           Ben procuraba arrebatársela y, al mismo tiempo, evitar que hiriera a alguno de ellos.
               —¡Mark! —gritó—. ¡Mark, despierta, por Dios...!
               El cañón del arma apuntaba hacia su cabeza cuando se disparó. Ben sintió que el

           proyectil le rozaba la sien. Sujetó a Mark por ambas manos y le apartó de una patada.
           El chico dio unos pasos atrás, tambaleante, y la pistola cayó al suelo, entre los dos.
           Sin  dejar  de  gemir,  el  muchacho  saltó  sobre  ella  pero  Ben  le  asestó  un  violento

           puñetazo  en  la  boca.  Sintió  cómo  le  aplastaba  los  labios  contra  los  dientes  y  dejó
           escapar un grito como si el golpe lo hubiera recibido él. Mark se dejó caer de rodillas
           y Ben alejó el arma de un puntapié. Cuando Mark quiso arrastrarse tras ella, volvió a

           golpearle.
               Finalmente, el muchacho se desplomó con un suspiro de agotamiento.

               A Ben ya no le quedaban fuerzas, ni seguridad. De nuevo no era más que Ben
           Mears, y tenía miedo.
               En la puerta de la cocina, el cuadrado de luz se había convertido en un púrpura
           desvaído; el reloj indicaba las 18.51.

               Ben sentía que una fuerza le tiraba de la cabeza, ordenándole mirar al parásito
           yacente en el ataúd, junto a él.

               Mírame,  obsérvame,  hombrecillo.  Mira  a  Barlow,  para  quien  los  siglos  han
           pasado como para ti han pasado las horas, sentado ante el fuego con un libro. Mira la
           gran criatura de la noche, la que tú quisieras matar con tu ridicula estaca. Mírame,
           escritorzuelo.  Yo  he  escrito  en  las  vidas  humanas,  y  mi  tinta  ha  sido  la  sangre.

           ¡Mírame, y desespera!
               Jimmy, no puedo. Es demasiado tarde ya, y él demasiado fuerte...

               ¡Mírame!
               Eran las 18.53.
               En el suelo, Mark se quejaba.
               —Mamá, ¿dónde estás? Me duele la cabeza», está oscuro...

               Entrara a mi servicio como castratum.
               Torpemente, Ben buscó una de las estacas que llevaba en el cinturón, pero se le

           cayó.
               Gritó de desesperación, amargamente. Fuera, Salem's Lot había sido abandonado
           por el sol, cuyos últimos rayos se perdían tras el tejado de la casa de los Marsten.

               Volvió  a  levantar  la  estaca.  Pero  el  martillo,  ¿dónde  estaba?  ¿Dónde  estaba  el
           condenado martillo?
               Estaba al lado de la puerta del segundo sótano y lo cruzó para recogerlo.

               Mark estaba a medias sentado, con la boca ensangrentada. Se la enjugó con una




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