Page 369 - El Misterio de Salem's Lot
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Se dejó caer al suelo del sótano y después ayudó a bajar a Mark. Los ojos del
           chico  se  posaron  velozmente  en  la  oscura  forma  contraída  en  el  piso,  y  luego  se
           apartaron.

               —No puedo mirarlo —dijo roncamente.
               —Está bien.
               Mark se dio la vuelta mientras Ben se arrodillaba.

               «Yo en su lugar, no miraría.»
               —Oh, Jimmy... —empezó—, pero las palabras se le ahogaron en la garganta.
               Sosteniéndolo con el brazo izquierdo, con la mano derecha Ben fue retirando del

           cuerpo las letales hojas de cuchillo. Tenía seis heridas, y había perdido muchísima
           sangre.
               Sobre  un  estante,  en  un  ángulo,  había  unas  cortinas  para  la  sala,  pulcramente

           dobladas. Después de haber recuperado la pistola, la linterna y el martillo, Ben cubrió
           con las cortinas el cuerpo de Jimmy.

               Se  enderezó  y  probó  la  linterna.  La  lente  de  plástico  se  había  rajado,  pero  la
           bombilla funcionaba. Paseó alrededor el haz de luz. Nada. Lo dirigió debajo de la
           mesa de billar. Nada. Tampoco detrás de la caldera. En los estantes había conservas, y
           un tablero para colgar herramientas. La escalera amputada había sido escondida en un

           rincón, para que no fuese vista desde la cocina.
               —¿Dónde está? —masculló Ben, mientras consultaba su reloj de pulsera.

               Las agujas marcaban las 18.23. ¿A qué hora se ponía el sol? Ben no lo recordaba,
           pero no podía ser más tarde de las 18.55. Les quedaba, por tanto, media hora escasa.
               —¿Dónde está? —gritó—. Siento su presencia, pero ¿dónde?
               —¡Ahí! —exclamó Mark y señaló con una mano resplandeciente—. ¿Qué es eso?

               Ben lo iluminó. Un aparador gales.
               —No es lo bastante grande —objetó—. Y está contra la pared.

               —Pues miremos detrás.
               Ben se encogió de hombros. Cruzaron el sótano hasta el aparador y lo tomaron
           uno de cada lado. De pronto, se sintió invadido por la excitación. ¿El olor no era más
           denso ahí, más agresivo?

               Echó una mirada a la puerta de la cocina, que había dejado abierta. La luz había
           disminuido, e iba perdiendo ya el reflejo dorado.

               —Es muy pesado —jadeó Mark.
               —No importa —dijo Ben—. Lo tumbaremos en el suelo. Cógelo lo mejor que
           puedas.

               Mark se inclinó sobre el mueble, apoyando el hombro contra la madera. Sus ojos
           miraban con expresión de desafío.
               —Ya está.

               Los  dos  se  apoyaron  con  todo  su  peso  y  el  aparador  gales  se  desplomó  con




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