Page 366 - El Misterio de Salem's Lot
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—No. Pero... —El chico sacudió la cabeza, como para apartar algún pensamiento
           incierto.
               Después abrió la puerta y ambos entraron. La iglesia estaba fresca, llena de esa

           pausa grávida e interminable de los lugares de adoración vacíos, cualquiera sea su
           signo.
               Las dos hileras de bancos estaban separadas por un amplio pasillo central, a los

           lados del cual se elevaban dos ángeles de yeso, sosteniendo pilas de agua bendita,
           inclinado el rostro sereno y concentrado como si quisieran verse reflejados en el agua
           inmóvil.

               —Lávate la cara y las manos —dijo Ben.
               Mark le miró con inquietud.
               —Eso es sacri...

               —¿Sacrilegio? Esta vez no. Hazlo.
               Sumergieron las manos en el agua y después se mojaron la cara.

               Ben sacó del bolsillo el primer frasquito y estaba llenándolo cuando oyeron una
           voz chillona:
               —¡Eh! ¡Eh, ustedes! ¿Qué están haciendo?
               Ben se volvió. Era Rhode Curless, el ama de llaves del padre Callahan, que se

           hallaba sentada en el primer banco, desgranando un rosario entre los dedos. Llevaba
           un vestido negro. Su pelo estaba en completo desorden, como si se lo hubiera peinado

           con los dedos.
               —¿Dónde está el padre? ¿Qué están haciendo? —preguntó con voz débil y aguda.
               —¿Quién es usted? —preguntó Ben.
               —La señora Curless. Soy el ama de llaves del padre Callahan. ¿Dónde está el

           padre? ¿Qué hacen ustedes? —repitió, mientras sus manos se unían y empezaban a
           temblar.

               —El padre Callahan ha desaparecido —explicó Ben, lo más suave que pudo.
               —Oh. —La mujer cerró los ojos—. ¿Iba detrás de... lo que está contaminando
           este pueblo?
               —Sí —asintió Ben.

               —Yo  lo  sabía  sin  necesidad  de  preguntárselo  —afirmó  ella—.  Entre  los  que
           visten sotana, él es un hombre bueno y fuerte. Siempre hubo quienes dijeron que le

           faltaban puntos para calzarse los zapatos del padre Bergeron, pero se equivocaban.
           Por lo que se ve, le quedaron pequeños.
               Abrió mucho los ojos y les miró. Una lágrima resbaló por su mejilla.

               —No volverá, ¿verdad?
               —No lo sé —admitió Ben.
               —Y decían que bebía —prosiguió la mujer, como si no lo hubiera oído—. ¡Como

           si alguna vez un sacerdote irlandés digno de su nombre no hubiera empinado el codo!




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