Page 363 - El Misterio de Salem's Lot
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—El señor Burke ha muerto esta tarde, a las tres y siete minutos, señor Mears. Si
           quiere esperar un momento, veré si ha llegado el doctor Cody. Tal vez él pueda...
               La voz prosiguió, pero Ben había dejado de oírla, aunque siguiera con el auricular

           pegado  a  la  oreja.  Como  un  peso  que  se  desplomara  sobre  él,  le  aplastó  la  súbita
           comprensión de hasta qué punto había confiado en que Matt les guiara a través de la
           pesadilla laberíntica que les esperaba esa tarde. Y Matt había muerto. Insuficiencia

           cardiaca congestiva. Causas naturales. Era como si el propio Dios apartara de ellos su
           mirada.
               Ahora no quedamos más que Mark y yo. Susan, Jimmy, el padre Callahan, Matt.

           Todos desaparecidos. Ahora no quedamos más que...
               El pánico se apoderó de él y se dispuso hacerle frente silenciosamente.
               Sin pensar en lo que hacía, colgó y salió fuera. Eran las cinco y diez. En el oeste,

           las nubes se estaban dispersando.
               —Son tres dólares —le dijo alegremente Sonny—. Éste es el coche del doctor

           Cody, ¿no? Cuando veo matrículas de médico, siempre me acuerdo de una película
           que  vi,  una  historia  de  gamberros  que  siempre  robaban  coches  con  matrícula  de
           médico, porque...
               Ben le entregó tres billetes de dólar.

               —He de apresurarme, Sonny. Lo siento, pero tengo un problema.
               El rostro de Sonny se arrugó.

               —Oh, lo lamento, señor Mears. ¿Malas noticias de su editor?
               —Algo así. —Ben se sentó al volante, cerró la puerta, puso en marcha el coche y
           arrancó, dejando a Sonny perplejo, enfundado en su manchado impermeable amarillo.
               —Matt ha muerto, ¿verdad? —le preguntó Mark.

               —Sí, de un ataque cardíaco. ¿Cómo lo supiste?
               —Por tu cara.

               Eran las cinco y cuarto.



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               Parkins  Gillespie  estaba  de  pie  en  el  pequeño  porche  cubierto  del  edificio

           municipal, fumando un Pall Malí mientras miraba el cielo, hacia poniente. De mala
           gana, prestó atención a Ben Mears y Mark Petrie. Su cara tenía un aspecto triste y
           envejecido.

               —¿Cómo está, agente?—le saludó Ben. —Regular —admitió Parkins, mientras
           se observaba las uñas—. Les he visto dando vueltas. Y me pareció que una vez el
           chico iba al volante, cuando venía por Railroad Avenue, ¿o no?

               —Sí —afirmó Mark.




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