Page 358 - El Misterio de Salem's Lot
P. 358

—Sí —respondió Mark con firmeza—. ¿Y tú?
               —Por Dios que sí.
               Subieron los escalones del porche y Jimmy abrió la puerta. No estaba cerrada con

           llave. Cuando entraron en la amplia cocina inmaculadamente limpia de Eva Miller,
           les asaltó el hedor de un vertedero de basura reseco, ahumado por los años.
               Jimmy recordó su conversación con Eva, casi cuatro años atrás, poco después de

           que él hubiera obtenido su doctorado en medicina. Eva había ido para que le hiciera
           un chequeo. Durante años, había sido paciente de su padre, y cuando Jimmy ocupó su
           lugar  y  llevó  sus  cosas  al  mismo  consultorio  en  Cumberland,  Eva  había  ido  sin

           reparos a visitarle. Habían hablado de Ralph (por entonces hacía doce años que había
           muerto), y ella le había contado que el fantasma de su marido seguía andando por la
           casa,  que  de  vez  en  cuando  encontraba  algo  nuevo  en  el  ático  o  en  un  cajón  del

           escritorio. Claro que también estaba la mesa de billar, en el sótano. Eva decía que
           tendría que deshacerse de ella, ya que no hacía más que ocupar un espacio que podría

           servir para otra cosa. Pero como había pertenecido a Ralph, no acababa de decidirse a
           poner un anuncio de venta en el periódico, ni a telefonear al programa de la radio
           local donde se recibían ofertas y demandas.
               Los  dos  cruzaron  la  cocina,  dirigiéndose  hacia  la  puerta  del  sótano.  Jimmy  la

           abrió: la pestilencia era densa y agobiante. Accionó el interruptor de la luz, pero no
           funcionó. Claro, Barlow lo había inutilizado.

               —Busca por ahí —le dijo a Mark—, a ver si encuentras una linterna o velas.
               Mark empezó a registrar la cocina, abriendo los cajones. Observó que la rejilla
           para secar cubiertos que pendía sobre el fregadero estaba vacía, pero en ese momento
           no  le  dio  importancia.  El  corazón  le  latía  con  dolorosa  lentitud,  como  un  tambor

           amortiguado. Estaba al borde de su capacidad física y mental de resistencia. Parecía
           que su cerebro ya no pensara, que se limitara a reaccionar. Continuamente le parecía

           advertir movimientos por el rabillo del ojo, y volvía la cabeza sobresaltado, pero no
           veía  nada.  Un  veterano  de  guerra  hubiera  reconocido  los  síntomas  de  la  fatiga  de
           combate.
               Fue  al  vestíbulo  para  buscar  en  el  aparador  que  había  allí.  En  el  tercer  cajón

           encontró una linterna y volvió a la cocina...
               —Aquí tienes, Jim...

               Se oyó un ruido como de maderas, seguido por un golpe.
               La puerta del sótano estaba abierta.
               Después empezaron los gritos.




                                                           42








                                        www.lectulandia.com - Página 358
   353   354   355   356   357   358   359   360   361   362   363