Page 359 - El Misterio de Salem's Lot
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Cuando Mark volvió a la cocina de Eva, eran las cinco menos veinte. Tenía los
ojos desorbitados y la camiseta manchada de sangre.
Miraba con aire aturdido y de pronto soltó un grito, un alarido que subía desde el
vientre, por el oscuro pasaje de la garganta y salió por la boca desesperadamente
abierta. Siguió gritando hasta tener la sensación de que el cerebro empezaba a
limpiarse de locura. Gritó hasta que su garganta no pudo más y un dolor terrible se le
clavó en las cuerdas vocales. Y aun cuando ya hubiera dado cauce a todo el miedo, el
horror, la furia y el dolor, estaba esa presión espantosa que seguía subiendo en
oleadas desde el sótano, delatando allá abajo, en alguna parte, la presencia de Barlow.
Y ahora faltaba poco para oscurecer.
Salió al porche a respirar ávidamente aire fresco. Tenía que reunirse con Ben.
Pero parecía que un extraño letargo hubiera convertido sus piernas en plomo. ¿De
qué serviría, si Barlow les iba a derrotar? Hacerle frente había sido una locura. Y
ahora Jimmy acababa de pagar el precio de su temeridad, como Susan, como el padre
Callahan.
Su voluntad se templó. No. No. No.
Bajó por los escalones del porche y subió al Buick de Jimmy, que tenía las llaves
puestas.
Ve en busca de Ben, inténtalo una vez más, se dijo.
Sus cortas piernas apenas llegaban a los pedales. Rectificó la altura del asiento y
encendió el motor. Movió la palanca del cambio y pisó el acelerador. El coche dio un
corcoveo. Mark pisó el freno y se golpeó dolorosamente contra el volante. El claxon
sonó.
¡No podré conducirlo!
Le pareció oír a su padre, diciendo con su voz lógica y arrogante: «Tienes que ser
cuidadoso cuando aprendas a conducir, Mark. La conducción de coches es el único
medio de transporte que no está completamente regulado por las leyes federales.
Como resultado, todos los conductores son aficionados. Y muchos de esos
aficionados son suicidas. Por ende, tú debes ser muy cuidadoso. El acelerador se debe
usar como si entre el pie y el pedal hubiera un huevo. Y cuando se conduce un coche
con cambio automático, como el nuestro, entonces el pie izquierdo no se usa para
nada. Sólo se usa el derecho; primero el freno, después el acelerador.»
Quitó el pie del freno, y el automóvil se arrastró por el camino de entrada. El
parabrisas se había empañado. Lo frotó con la manga y sólo consiguió ensuciarlo
más.
—Al diablo —masculló.
Volvió a arrancar, torpemente, describió una curva amplia e insegura y tomó la
dirección de su casa. Tenía que estirar el cuello para ver por encima del volante.
Buscó a tientas con la mano derecha, consiguió encender la radio y la puso a todo
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