Page 357 - El Misterio de Salem's Lot
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Jimmy abrió los ojos.
               —Ya sé dónde está —anunció—. Sé dónde está Barlow. Está en el sótano de la
           pensión de Eva Miller.

               Y era verdad; lo sabía. Sentía la verdad en su mente como algo incontestable.
               Los ojos de Mark destellaron.
               —Vamos a buscarlo.

               —Espera.
               Jimmy fue al teléfono, buscó en la guía el número de Eva y marcó, sin demora. El
           teléfono sonó sin que nadie contestara. Diez veces, once, doce. Asustado, colgó. En la

           casa  de  Evans  habría  por  los  menos  diez  huéspedes,  muchos  de  ellos  ancianos
           jubilados.  Allí  siempre  había  alguien.  Antes  de  que  ocurriera  todo,  siempre  había
           alguien.

               Miró su reloj. Eran las tres y cuarto; el tiempo volaba. Había que apresurarse.
               —Vamos —dijo.

               —¿Qué hacemos con Ben?
               —No podemos llamarle —dijo Jimmy—. En tu casa no hay línea. Si vamos a
           casa de Eva, y nos equivocamos, todavía tendremos varias horas de luz. Y si estamos
           en lo cierto, iremos en busca de Ben para volver todos juntos.




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               El  Citroen  de  Ben  seguía  en  el  aparcamiento  de  Eva,  cubierto  ahora  de  hojas

           húmedas caídas de los olmos que daban sombra al rectángulo de grava. El cartel que
           anunciaba  el  alquiler  de  habitaciones  oscilaba  chirriante  en  la  tarde  gris.  La  casa
           estaba envuelta en un silencio fantasmagórico en el que había un matiz de espera que

           heló la sangre a Jimmy. El mismo silencio de la casa de los Marsten. Por un momento
           pensó si alguien se habría suicidado también allí. Eva debía saberlo, pero con Eva no
           sería posible hablar, ya no.

               —Sería  perfecto  —comentó—.  Establecerse  en  la  pensión  del  pueblo  para  ir
           rodeándose paulatinamente de su familia.
               —¿Estás seguro de que no hace falta llamar a Ben?

               —Más tarde. Vamos.
               Bajaron del coche y echaron a andar hacia el porche. El viento les revolvía el
           pelo.  Todas  las  persianas  estaban  bajadas,  y  la  casa  daba  la  impresión  de  estar

           pensando malignamente en ellos.
               —¿Sientes el olor? —preguntó Jimmy.
               —Sí, más fuerte que nunca.

               —¿Estás preparado?




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