Page 75 - El Misterio de Salem's Lot
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pausa ni el énfasis. Tony Glick había dejado de escuchar lo que decían.
—Volved temprano —les dijo con aire ausente.
Fuera, aunque el sol ya se había puesto, una tenue luz seguía todavía en el cielo.
—Te mereces que te rompa la crisma, idiota —dijo Danny mientras cruzaban el
patio del fondo.
—Pues se lo diré —insistió afectadamente Ralphie—. Le diré por qué quieres ir.
—Mamón —murmuró Danny, sin esperanzas.
Desde el fondo del patio, un camino desigual bajaba por la pendiente en dirección
al bosque. La casa de los Glick estaba en Brock Street, la de Mark Petrie al sur de
Jointner Avenue. El camino era un atajo que ahorraba bastante tiempo para chicos de
nueve y doce años dispuestos a atravesar el arroyo saltando sobre las piedras. Las
ramas crujían bajo sus pies. En algún rincón del bosque grajeaba un chotacabras,
mientras ellos caminaban rodeados por el chirrido de los grillos.
Danny había cometido el error de contar a su hermano que Mark Petrie tenía la
serie completa de monstruos de plástico Aurora: el Hombre Lobo, la Momia,
Drácula, el Médico Loco, y hasta la Cámara de los Horrores. La madre de los chicos
pensaba que todo eso era malo, que les afectaba el cerebro o algo por el estilo, y el
hermano de Danny se había convertido inmediatamente en chantajista.
—Apestas, ¿lo sabías? —dijo Danny.
—Muy bien —asintió Ralphie—. ¿Qué es apestar?
—Es cuando te pones verde y pegajoso, repugnante.
—Déjame en paz —se desentendió Ralphie.
Iban descendiendo por las márgenes del Crocket Brook, que gorgoteaba
plácidamente sobre su lecho de guijarros, mientras en la superficie se dibujaba un
leve resplandor perlado.
Unos tres kilómetros hacia el este se unía a Taggart Stream, que a su vez
terminaba por verterse en el río Royal.
Danny empezó a atravesarlo saltando sobre las piedras, mirando para ver dónde
pisaba, en la creciente oscuridad.
—¡Te voy a empujar! —gritó Ralphie a sus espaldas alegremente—. ¡Cuidado,
Danny, que te voy a empujar!
—Si me empujas yo te arrastraré a ti a las arenas movedizas, idiota.
Llegaban a la otra orilla.
—Por aquí no hay arenas movedizas —se mofó Ralphie, pero se acercó más a su
hermano.
—¿Ah, no? —preguntó Danny—. Hace unos años, un chico se hundió en las
arenas movedizas. Se lo oí comentar a los viejos que se reúnen en la tienda.
—¿De veras? —preguntó Ralphie, con ojos muy abiertos.
—Sí —masculló Danny—. Se hundió chillando y pataleando, y la boca se le llenó
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