Page 72 - El Misterio de Salem's Lot
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—Vaya si lo soy.
               —Muy bien —asintió Bill, y entró en la casa.
               La previsión de lluvia de Babs Griff en erró por kilómetros, y la comida en el

           patio  del  fondo  fue  sobre  ruedas.  Se  levantó  una  suave  brisa  que,  unida  a  las
           bocanadas de humo de nogal que subían de la barbacoa, consiguió mantener alejados
           a  los  mosquitos.  Las  mujeres  llevaron  los  platos  de  cartón  y  los  condimentos,  y

           volvieron a beberse una cerveza cada una, riendo mientras Bill, hábil en vencer las
           jugarretas del viento, le ganaba a Ben al badminton por 21-6. Ben agradeció la oferta
           de jugar la revancha, señalando con desgana su reloj.

               —Estoy escribiendo otro libro —explicó— y me faltan seis páginas para cumplir
           con la cuota fijada para hoy. Si sigo bebiendo, mañana por la mañana no podré releer
           lo que llevo escrito.

               Susan le acompañó hasta la puerta; Ben había venido a pie desde el pueblo. Bill
           asentía para sus adentros mientras apagaba el fuego. Ben había dicho que era un tipo

           serio, y él le tomaba la palabra. No se había esforzado por impresionar a nadie, pero
           un hombre que trabajaba después de la cena no podía menos que dejar recuerdo de su
           nombre, y probablemente en mayúsculas.
               Ann Norton, sin embargo, no se sentía tranquila del todo.




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               Floyd  Tibbits  entró  en  el  aparcamiento  de  Dell's  diez  minutos  después  que

           Delbert Markey, propietario y barman, hubiera encendido el nuevo cartel del frente.
           El cartel proclamaba DELI/S en letras de casi un metro de alto, y el apostrofe era un
           vaso de whisky. Fuera, el resplandor del sol había sido sustituido en el cielo por el

           púrpura  creciente  del  crepúsculo,  y  en  las  depresiones  del  terreno  no  tardaría  en
           empezar a acumularse la niebla.
               En una hora empezarían a aparecer los habituales clientes nocturnos.

               —Hola, Floyd —saludó Dell mientras sacaba una Michelob de la nevera—. ¿Qué
           tal el día?
               —Bien —respondió Floyd—. Parece una buena cerveza.

               Era un hombre alto que lucía una bien recortada barba de color arena y vestía
           pantalones  de  deporte  de  punto  y  una  americana  informal.  Era  el  subdirector  de
           créditos, y su trabajo le gustaba de esa manera ausente que en cualquier momento

           puede convertirse en aburrimiento. Floyd se sentía a la deriva, pero la sensación no
           era desagradable. Y estaba Suze, una chica excelente. No tardaría en llegar por allí, y
           Floyd pensó que entonces tendría que hacerse valer.




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