Page 71 - El Misterio de Salem's Lot
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Los abortos del arte rehusaban invariablemente; la mayoría de ellos le daba a la
           marihuana, y no querían dañar su valiosa conciencia bebiendo.
               —Hombre, me encantaría. —La sonrisa de Ben se hizo más amplia—. Y dos o

           tres también.
               La risa de Bill retumbó como un trueno.
               —Estupendo. Nos entenderemos. Vamos allá.

               El  sonido  de  su  risa  marcó  una  extraña  forma  de  comunicación  entre  los  dos
           hombres,  que  tenían  muchos  rasgos  en  común.  El  ceño  de  Ann  Norton  se  nubló,
           mientras  el  de  Susan  se  despejaba,  como  si  una  carga  de  inquietud  se  hubiera

           desplazado por telepatía a través de la habitación.
               Ben siguió a Bill a la galería, en un ángulo de la cual aparecía sobre una mesa
           pequeña una nevera llena de latas de Pabst, Bill sacó una de encima del hielo y se la

           arrojó  a  Ben,  que  la  atrapó  con  una  mano,  sin  agitarla  para  evitar  que  hiciera
           demasiada espuma.

               —Se está bien aquí fuera —comentó Ben, mirando hacia la barbacoa que había
           en el patio del fondo, una construcción de ladrillo, baja y práctica.
               —Lo construí yo —explicó Bill—. Me alegro de que le guste.
               Ben bebió un largo trago y después eructó: un punto más a su favor.

               —Susie piensa que usted es un gran tipo —comentó Norton.
               —Y ella es un encanto de chica.

               —Y  sensata,  también  —agregó  Norton  y  eructó  a  su  vez—.  Dice  que  ha
           publicado usted tres libros.
               —Así  es.  —¿Se  venden  bien?  —El  primero  se  vendió  —contestó  Ben,  y  no
           agregó nada más. Bill Norton hizo un leve gesto de asentimiento; le gustaba que un

           hombre tuviera la suficiente discreción para mantener reserva sobre sus asuntos de
           dinero.

               —¿Quiere echarme una mano con las hamburguesas y salchichas?
               —Desde luego —respondió Bill.
               —Las salchichas hay que cortarlas para que no estallen, ¿lo sabía?
               —Ajá —asintió Ben, mientras con el índice derecho hacía tajos en diagonal en el

           aire, sin dejar de sonreír. En los frankfurts, esos pequeños cortes impedían que se
           formaran ampollas.

               —Se TC que usted es un hombre de experiencia —aprobó Bill Norton—. Eso se
           descubre enseguida. Traiga esa bolsa de carbón que hay allí, que yo buscaré la carne.
           Y coja su cerveza.

               —Jamás me separaría de día.
               En el momento de irse, Bill vaciló y le miró, arqueando una ceja.
               —¿Usted es un tipo serio? —le preguntó.

               Ben le sonrió.




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