Page 67 - El Misterio de Salem's Lot
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—Corey entró de puntillas, mientras los implementos del cinturón de seguridad le
tintineaban alrededor de la cintura.
Con una risita ahogada, Bonnie le tendió los brazos.
—Me gustas de veras, Corey. Eres muy guapo.
Los ojos de Corey se posaron sobre la sombra oscura que dejaba traslucir el tenso
nailon azul, y empezó a sentirse más excitado que nervioso. Se olvidó de andar de
puntillas, y mientras ambos se unían, una cigarra empezó a vibrar en algún lugar del
bosque.
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16.00 h.
Ben Mears se apartó del escritorio, terminado su trabajo de la tarde. Ese día no
había dado su paseo por el parque, para poder ir a cenar a casa de los Norton con la
conciencia tranquila, y había escrito durante casi todo el día sin interrupción.
Se levantó y se desperezó, sintiendo cómo le crujían las vértebras. Tenía el torso
húmedo de sudor. Se dirigió hacia el armario colocado a la cabecera de la cama, sacó
una toalla limpia y fue al cuarto de baño, para ducharse antes de que los demás
huéspedes volvieran del trabajo.
Se echó la toalla al hombro y, dando la espalda a la puerta, se acercó a la ventana;
algo le había llamado la atención. No era nada que sucediera en el pueblo, que
dormitaba bajo el peculiar cielo azul profundo de Nueva Inglaterra en los días del fin
del verano.
Al mirar hacia los edificios de dos pisos de Jointner Avenue podía ver los tejados
planos, recubiertos de asfalto, y alcanzaba a distinguir todo el parque donde a esa
hora los chicos, que ya habían salido de la escuela, andaban en bicicleta,
holgazaneaban o reñían, y también el sector noroeste del pueblo, donde Brock Street
desaparecía tras la primera colina boscosa. Sus ojos vagaron hacia la brecha en los
bosques donde la intersección de Burns Road y Brooks Road formaba una T, y
siguieron su recorrido hasta donde se erguía, dominante, sobre el pueblo, la casa de
los Marsten.
Vista desde allí era una perfecta miniatura, del tamaño de una casa de muñecas.
Ya Ben le gustaba que lo fuera. Vista desde allí, la casa de los Marsten tenía un
tamaño que le permitía a uno hacerle frente. Bastaba con levantar la mano para
hacerla desaparecer con la palma.
Había un coche en el camino de entrada.
Ben se quedó inmóvil con su toalla al hombro, mirando la casa, y sintió en el
vientre una oleada de terror inmotivado. Dos de los postigos caídos habían sido
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