Page 62 - El Misterio de Salem's Lot
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Durante  los  diez  minutos  siguientes  reinó  en  la  oficina  un  silencio  sólo
           interrumpido por el zumbido del ventilador y el ruido amortiguado del tráfico en la
           calle. Straker se fumó el cigarrillo, aplastó la colilla y encendió otro.

               Larry levantó la vista, con el rostro pálido y alterado.
               —Esto es una broma. ¿Quién se la encargó? ¿John Kelly?
               —No conozco a ningún John Kelly, y esto no es una broma.

               —Estos  papeles...  desistimiento  de  demanda...,  investigación  de  títulos  de  la
           tierra...  por  Dios,  hombre,  ¿no  sabe  que  ese  terreno  vale  un  millón  y  medio  de
           dólares?

               —Se  queda  corto  —dijo  fríamente  Straker—.  Vale  cuatro  millones,  y  pronto
           valdrá más, cuando se construya el centro comercial.
               —¿Qué quiere? —preguntó Larry con voz ronca.

               —Ya le dije qué quiero. Mi socio y yo pensamos abrir una tienda en este pueblo,
           y vivir en la casa de los Marsten.

               —¿Qué clase de tienda?
               Straker sonrió fríamente.
               —Se tratará de una tienda de muebles, con una sección especial de antigüedades,
           para coleccionistas. Mi socio es experto en ese campo.

               —Mierda —repuso Larry—. La casa de los Marsten pueden conseguirla por ocho
           mil pavos, y la tienda por dieciséis. Su socio debe saberlo. Y ambos deben saber que

           en este pueblo no hay mercado para una tienda de muebles y antigüedades.
               —Mi socio está bien informado sobre todos los temas que le interesan —declaró
           Straker—, y sabe que por este pueblo pasa una carretera frecuentada por turistas y
           residentes de verano.Ésa es la gente que nos interesa para nuestro negocio. De todas

           maneras, eso no es problema suyo. ¿Le parece que los papeles están en orden?
               Larry dio unos golpecitos sobre el escritorio con la carpeta azul.

               —Parece que sí. Pero no pienso dejarme estafar,
               —No,  naturalmente  que  no.  —En  la  voz  de  Straker  se  insinuaba  un  cortés
           desprecio—. Creo que usted tiene un abogado en Boston. Un tal Francis Walsh.
               —¿Cómo lo sabe? —ladró Larry.

               —Eso  no  importa.  Llévele  los  papeles,  y  él  le  confirmará  que  son  válidos.  El
           terreno  donde  se  edificará  el  centro  comercial  será  de  usted,  si  se  cumplen  tres

           condiciones.
               —Ah —exclamó Larry—. Conque hay condiciones. —Se inclinó hacia atrás para
           sacar un William Penn de la pitillera de cerámica colocada sobre su escritorio, frotó

           una cerilla en la suela de su zapato y lo encendió—. Adelante.
               —Primera. Usted me venderá la casa de los Marsten y el local comercial por un
           dólar. Su cliente en cuanto a la casa es una cooperativa de Bangor El local comercial

           pertenece ahora a un banco de Portland. Estoy seguro de que ambos se mostrarán de




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