Page 61 - El Misterio de Salem's Lot
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fijamente a Larry Crockett. Era imposible leer la expresión de sus ojos, cosa que
preocupó a Larry. A élle gustaba leer en los ojos lo que quería un hombre antes de
que pudiera abrir la boca. Ése hombre no se había detenido a mirar las fotografías de
casas y fincas que se ofrecían en el tablero, no le había tendido la mano ni se había
presentado; ni siquiera había dicho «hola».
—¿En qué puedo serle útil?—preguntó Larry.
—Me han encargado la compra de una casa y un local comercial en su bonita
ciudad —dijo el hombre calvo con un tono llano y sin inflexiones.
—Ah, excelente —respondió Larry—. Tenemos algunas que podrían...
—No es necesario —declaró el hombre con un gesto de mano. Larry observó que
sus dedos eran extraordinariamente largos; el medio parecía tener cerca de quince
centímetros—. El local que me interesa está en la manzana contigua al ayuntamiento,
frente al parque.
—Sí, respecto a ese local podemos llegar a un acuerdo. Antes era una lavandería,
pero hace un año quebró. Es un lugar muy bueno si usted...
—La casa que quiero —el hombre calvo no escuchó sus palabras— es la que se
conoce como casa de los Marsten.
Hacía demasiado tiempo que Larry estaba en el negocio como para permitir que
el azoramiento se reflejara en su rostro.
—Ah, ¿ésa?
—Sí. Mi nombre es Straker. Richard Throckett Straker. Todos los documentos
estarán a mi nombre.
—Muy bien —asintió Larry. El hombre quería ir al grano, eso estaba claro—. El
precio de esa casa es de catorce mil dólares, aunque pienso que podríamos
conseguirla por algo menos. En cuanto a la vieja lavandería...
—Así no hay acuerdo. Estoy autorizado para pagar un dólar.
—¿Un...? —Larry inclinó la cabeza como si no hubiera oído bien.
—Sí. Un momento, por favor.
Los largos dedos de Straker desprendieron los cierres del maletín y sacaron unos
documentos en una carpeta azul transparente.
Larry Crockett lo miraba con ceño.
—Lea, por favor; eso nos ahorrará tiempo.
Larry echó un vistazo a la primera hoja con el aire de un hombre que le sigue la
corriente a un loco. Por un momento sus ojos se movieron al azar sobre la página,
hasta que se quedaron clavados en algo.
Straker sonreía levemente. Buscó en el interior de su americana, sacó una pitillera
de oro y extrajo un cigarrillo. Después de darle unos golpecitos, lo encendió con una
cerilla. El áspero aroma de una mezcla de tabaco turco llenó el despacho y se
dispersó por efecto del ventilador.
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