Page 56 - El Misterio de Salem's Lot
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de delante a vigilar a los más pequeños en los columpios y balancines.
—¿Cuál es tu banda? —preguntó Mark, que miraba a Richie como si acabara de
encontrar un bicho nuevo e interesante.
—¿Cuál es tu banda? —volvió a mofarse Richie, en falsete—. Yo no tengo
ninguna banda. Pero me han dicho que tú eres un gordo maricón.
—¿De veras? —preguntó Mark, siempre cortés—. Pues a mí me han asegurado
que tú eres una bestia estúpida, ¿sabes?
Silencio. Los demás muchachos se quedaron boquiabiertos (pero al mismo tiempo
interesados; jamás se había visto que nadie firmara su propia sentencia de muerte).
Richie, tomado de sorpresa, se quedó tan boquiabierto como los demás.
Mark se quitó las gafas y se las entregó al muchacho que estaba junto a él
—¿Quieres guardármelas?
El otro las cogió, mientras miraba silenciosamente a Mark con ojos desorbitados.
Richie atacó. Fue una carga lenta y torpe, sin asomo de gracia ni finura. £1 suelo
temblaba bajo sus pies mientras avanzaba, lleno de confianza. Su derecha preparaba
el puñetazo que iba a asestar en plena boca al marica cuatro ojos, y que le haría saltar
los dientes como las teclas de un piano. Prepárate para el dentista, maricón, que te la
doy.
Mark Petrie se inclinó hacia un lado y el puño le pasó por encima de la cabeza.
Richie se vio arrastrado por su propio impulso, y Mark no tuvo más que poner el pie.
Richie Boddin cayó pesadamente al suelo, con un gruñido, y una exclamación de
asombro se elevó del grupo de niños que observaban.
Mark sabía perfectamente que si el torpe muchacho que yacía en el suelo
recuperaba la ventaja, le daría una buena paliza. Mark era ágil, pero con la agilidad
no se resistía mucho en una pelea en el patio del colegio. Si el escenario hubiera sido
la calle, ése habría sido el momento de correr para distanciarse de su perseguidor, y
después darse vuelta para aplastarle la nariz. Pero no estaban en la calle, y Mark sabía
que si no vencía inmediatamente a aquel grandullón, jamás volvería a tener paz.
Todo eso lo pensó en una fracción de segundo, y saltó sobre la espalda de Richie
Boddin. Richie gruñó, y todos volvieron a exclamar. Mark cogió a Richie del brazo y
se lo retorció a la espalda. Richie chilló de dolor.
—Di me rindo o te rompo el brazo, lo juro por Dios —dijo Mark.
La respuesta dé Richie fue digna de un marine veterano.
Mark le subió el brazo hasta los omóplatos, y Richie volvió a gritar lleno de
indignación, miedo y perplejidad. Nunca le había ocurrido nada parecido y no podía
ser que le estuviera ocurriendo ahora. ¡Tenía sentado sobre la espalda a un cuatro ojos
maricón que le retorcía el brazo y le hacía pitar ante sus súbditos!
—Di me rindo —repitió Mark.
Richie consiguió ponerse de rodillas; Mark le hincó a su vez las suyas en los
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