Page 54 - El Misterio de Salem's Lot
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Eva era la única que seguía llamándolo así. Para todos los demás habitantes de
Solar, él no era más que Weasel.1 Pues muy bien. Que le llamaran como quisieran. El
oso había atrapado a la comadreja.
—No importa —concluyó él ásperamente—. Hoy me he levantado con el pie
izquierdo.
—Yo diría que te has caído de la cama.
Eva habló con más vivacidad de lo que se había propuesto, pero Weasel se limitó
a gruñir. Cocinó su repugnante avena y se la comió; después cogió la cera para
muebles y unos trapos y salió sin mirar atrás.
Arriba, el tap-tap-tap de la máquina de escribir seguía con intermitencias. Vinnie
Upshaw, que ocupaba el cuarto enfrente al de él, decía que empezaba todas las
mañanas a las nueve, seguía hasta mediodía, volvía a empezar a las tres para seguir
hasta las seis, empezaba de nuevo a las nueve y seguía sin parar hasta medianoche.
Weasel no comprendía que alguien pudiera tener tantas palabras en la cabeza.
Así y todo, parecía bastante buen tipo, y no estaría mal tomarse unas cervezas con
él alguna noche en él bar de Dell. Weasel había oído comentar que la mayoría de los
escritores bebían como cosacos.
Empezó a lustrar metódicamente el pasamanos, y de nuevo se encontró pensando
en la viuda. Con el dinero del seguro de su marido, Eva había convertido la casa en
una pensión y se las arreglaba muy bien. No tenía por qué ser de otro modo.
Trabajaba como una muía. Pero con su marido debía de haber estado acostumbrada a
follar con regularidad, y una vez se extinguió su pena, su necesidad había perdurado.
¡Dios, y cómo le había gustado hacérselo con él!
Por aquellos días, a principios de los sesenta, la gente todavía le llamaba Ed y no
Weasel, y él aún se sentía dueño de la botella en vez de ser lo contrario. Tenía un
buen trabajo, y las cosas habían empezado una noche de enero.
Interrumpió el rítmico movimiento del encerado y miró pensativamente por la
estrecha ventana que había en el descanso del segundo piso, llena de esa ultima luz
brillante y dorada del verano, una luz que se reía del otoño frío y bullicioso y del
invierno, más frío aún, que habría de seguirle.
Aquella noche fue cosa de los dos, y después de haberlo hecho, cuando yacían
juntos en la oscuridad del dormitorio de Eva, ella empezó a llorar y a decirle que lo
que habían hechoestaba mal. Él le dijo que había estado bien, aunque no sabía si
estaba bien o mal ni le importaba. Y mientras el viento norte silbaba y gemía en los
aleros, la habitación de Eva era tibia y segura, y por fin se quedaron dormidos,
pegados como cucharas en el cajón de los cubiertos.
Ah, Dios bendito, el tiempo era como un río, y Weasel se preguntó si eso lo sabría
aquel escritorzuelo.
Reanudó el lustrado con largos movimientos rítmicos.
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