Page 58 - El Misterio de Salem's Lot
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El vertedero de basuras del municipio de Jerusalem's Lot había sido antes un pozo
           de grava, hasta que en 1945 el yacimiento se agotó y las excavaciones tocaron arcilla.
           Estaba situado al final de una elevación que desde Burns Road se extendía unos tres

           kilómetros hasta pasar el cementerio de Harmony Hill.
               Dud Rogers oía débilmente, por el camino, las explosiones y toses de la cortadora
           de  césped  de  Mike  Ryerson.  Pero  ese  ruido  no  tardaría  en  ser  borrado  por  el

           chisporroteo de las llamas.
               Dud  era  el  encargado  del  vertedero  desde  1956,  y  todos  los  años  era
           rutinariamente  reelegido  por  unanimidad  en  la  reunión  del  municipio.  Vivía  en  el

           vertedero, en un pulcro cobertizo que tenía en la puerta un cartel con la inscripción
           ENCARGADO  DEL  VERTEDERO.  Tres  años  atrás  había  conseguido  que  esos
           avaros  de  la  junta  municipal  le  compraran  un  aparato  de  calefacción  y  había

           abandonado definitivamente su vivienda del pueblo.
               Era  un  jorobado  con  la  cabeza  curiosamente  torcida,  que  le  daba  un  aspecto

           grotesco. Sus brazos, que pendían como los de un mono, casi hasta las rodillas, tenían
           una fuerza sorprendente. Habían hecho falta cuatro hombres para cargar en el camión
           los artículos de la vieja quincallería y traerlos al vertedero, cuando la tienda cambió
           de ramo, y la suspensión del camión se había aplastado visiblemente con la carga.

           Pero de descargar se había ocupado Dud Rogers, solo, y en el esfuerzo, los tendones
           se le marcaban en el cuello, las venas se lehinchaban en la frente y los antebrazos y

           bíceps  eran  como  cables  de  acero.  Él  solo  había  echado  todo  por  el  borde  del
           vertedero.
               A Dud le gustaba el vertedero. Le gustaba ahuyentar a los chiquillos que iban a
           romper  botellas,  y  le  gustaría  dirigir  el  tráfico  hacia  los  lugares  donde  había  que

           efectuar cada día los vertidos. Le gustaba hurgar en la basura, que era su privilegio
           como encargado, y se imaginaba que se burlaban de él al verle caminar a través de las

           montañas de basura con sus botas hasta las caderas y sus guantes de cuero, con la
           pistola al cinto, un gran saco sobre el hombro y la navaja en la mano. Pues que se
           burlaran. Había cables de cobre, y a veces motores enteros, y en Portland el cobre se
           pagaba  a  buen  precio.  Había  escritorios,  sillas  y  sofás  de  desecho,  cosas  que  se

           podían arreglar y vendérselas a los anticuarios de la carretera 1. Duf estafaba a los
           anticuarios  y  éstos  hacían  lo  propio  con  los  turistas.  Dos  años  antes  Dud  había

           encontrado una astillada cama victoriana con el marco partido, y se la había vendido
           por doscientos dólares a un afeminado de Wells, que había caído en éxtasis ante la
           autenticidad del estilo Nueva Inglaterra de ese mueble, y que jamás supo con qué

           cuidado Dud había lijado hasta hacer desaparecer la inscripción que rezaba Made in
           Grand Rapids sobre la cabecera de la cama.
               En la parte más alejada del vertedero estaban los coches usados, Buick y Ford y

           Chevy  y  lo  que  uno  pidiera,  incluso  con  los  repuestos  que  la  gente  dejaba  en  los




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