Page 55 - El Misterio de Salem's Lot
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10.00 h.
En el colegio de Stanley Street había llegado la hora del recreo. Era el edificio
escolar más nuevo y ostentoso de Solar, tanto que el distrito escolar no había
terminado de pagarlo. Se trataba de un edificio bajo, con cuatro grandes aulas, de
cristal, tan moderno y luminoso como viejo y oscuro era el colegio de Brock Street.
Richie Boddin, que era el matón de la escuela y se enorgullecía de serlo, salió al patio
de recreo, buscando con los ojos al chico nuevo tan listo que se sabía todos los temas
de matemáticas. No iba a permitir que llegara a su escuela ningún chico nuevo sin
enterarse de quién era el jefe, y mucho menos un cuatro ojos marica y preferido del
maestro.
Richie tenía once años y pesaba setenta kilos. Desde siempre, la madre se había
dedicado a mostrar a la gente cuan enorme era su hijo, de modo que Richie sabía que
era grande. A veces se imaginaba que al andar oía temblar el suelo bajo sus pies. Y
cuando fuera mayor fumaría Camel, lo mismo que su padre.
Los chicos de los cursos adelantados le tenían terror, y a los más pequeños Richie
les parecía el tótem de la escuela. Cuando empezaran el instituto en Brock Street
School, echarían en falta una deidad en su panteón. A Richie todo eso le encantaba.
Y ahí estaba ese chico, Petrie, esperando que le llamaran para el partido de fútbol
durante el recreo.
—¡Eh! —vociferó Richie.
Todo el mundo se volvió, salvo Petrie. Todos los ojos parecieron aliviados cuando
vieron que los de Richie miraban hacia otra parte.
—¡Eh, tú, cuatro ojos!
Mark Petrie se volvió hacia Richie. Sus gafas con montura de acero brillaron bajo
el sol de la mañana. Era tan alto como Richie, es decir, más que la mayoría de sus
compañeros, pero era más delgado y su rostro tenía algo de indefenso y reservado.
—¿Me hablas a mí?
—¿Me hablas a mí? —lo imitó Richie con voz de falsete—. ¿Sabes que hablas
como un maricón, cuatro ojos?
—No, no lo sabía —respondió Mark.
Richie dio un paso adelante.
—Apuesto a que lo eres. Un gran maricón al que le gusta chuparse el dedo.
—¿De veras? —Le sacaba a uno de quicio con ese tono cortés.
—Sí, eso me han dicho. Y que no son sólo dedos lo que chupas.
Los chicos empezaron a arremolinarse para ver cómo Richie le cascaba al nuevo.
La señorita Holcomb, que esa semana estaba a cargo del recreo, se había ido al patio
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