Page 51 - El Misterio de Salem's Lot
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garrapatear  obscenidades  o  colgar  del  portón  un  esqueleto  de  papel.  Pero  si  esa
           barbaridad  era  obra  de  chiquillos,  eran  unos  verdaderos  bastardos.  A  Win  se  le
           destrozaría el corazón.

               Mike pensó en llevar el perro directamente al pueblo para mostrárselo a Parkins
           Gillespie, pero luego reflexionó que con eso no se ganaría nada. Podía llevar al pobre
           Doc al pueblo cuando volviera a comer... aunque ese día no iba a tener mucho apetito.

               Corrió  el  cerrojo  del  portón  y  se  miró  los  guantes,  que  estaban  manchados  de
           sangre. Habría que fregar los barrotes de hierro del portón; Mike tuvo la impresión de
           que, después de todo, esa tarde no llegaría a Schoolyard Hill. Entró en el cementerio,

           aparcó, pero ya había dejado de canturrear. La magia del día había desaparecido.



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               Los pesados autobuses amarillos del transporte de escolares habían empezado su

           recorrido habitual e iban recogiendo a los niños que esperaban junto a sus buzones,
           jugando, con la cestita del almuerzo en la mano. Charlie Rhodes conducía uno de los

           autobuses, y su ruta abarcaba Taggart Stream Road, que quedaba al este del pueblo, y
           la  segunda  mitad  de  Jointner  Avenue.  Los  chicos  que  viajaban  en  el  autobús  de
           Charlie eran los que mejor se portaban en la ciudad, y en todo el distrito escolar, en
           definitiva. En el autobús número 6 no había gritos ni juegos de manos ni empujones.

           Si no se quedaban bien sentados y quietos, o se olvidaban de los buenos modales, se
           verían  obligados  a  hacer  a  pie  los  casi  cinco  kilómetros  que  los  separaban  de  la

           escuela elemental de Stanley Street, y explicar por qué dirección, Charlie sabía lo que
           pensaban de él y las cosas que se decían a sus espaldas. Pero le daba lo mismo. Él no
           estaba dispuesto a aceptar idioteces ni alborotos en su autobús. Para eso ya estaban

           los pusilánimes de los maestros. El director de Stanley Street había tenido el coraje de
           preguntarle si no habría, actuado impulsivamente cuando al chico de los Durham le
           suspendió  el  transporte  por  tres  días  por  haber  hablado  en  voz  un  poco  alta.  La

           reacción  de  Charlie  fue  simplemente  sostenerle  la  mirada  hasta  que  finalmente  el
           director, un tonto que hacía apenas cuatro años que había terminado la universidad,
           apartó la vista. £1 encargado de la empresa de transporte automotor SAD 21, Dave

           Felsen,  era  un  viejo  amigo  de  Charlie;  habían  estado  juntos  en  Corea,  y  se
           comprendían.  Y  entendían  lo  que  estaba  sucediendo  en  el  país.  Entendían  que  el
           chico que en 1958 no hacía más que «hablar en voz un poco demasiado alta en el

           autobús» era el mismo que en 1968 se había orinado sobre la bandera. Al echar un
           vistazo al gran espejo colocado por encima de su cabeza vio que Mary Kate Gríegson
           le  pasaba  una  nota  a  su  amiguito  Brent  Tenney.  Los  chicos  de  hoy  empezaban  a




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