Page 166 - La máquina diferencial
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ambarina de su larga pipa de espuma de mar—. Supongo que no hay nada que hacer.
Los editores nos obligarán a aceptar la innovación. El Evening Telegraph ya está
instalando máquinas para todo. Se armó un buen follón con eso en el Gobierno. Las
hermandades de mecanógrafos, ya sabe. Pero ya está bien de hablar de trabajo,
Mallory. A trabajar, ¿eh? Me temo que debemos darnos prisa. Hoy me gustaría tomar
notas para al menos dos capítulos.
—¿Por qué?
—Me voy de Londres, me voy al continente con un grupo de amigos —dijo
Disraeli—. A Suiza, creemos. A algún pequeño cantón en lo alto de los Alpes, donde
unos cuantos alegres escribas puedan disfrutar de un soplo de aire fresco.
—Fuera está bastante mal —dijo Mallory—. Es un tiempo inquietante.
—No se habla de otra cosa en todos los salones —respondió Disraeli mientras se
sentaba ante su escritorio y empezaba a rebuscar su fajo de notas por los casilleros—.
Londres siempre apesta en verano, pero a esto lo llaman «el gran hedor». ¡Toda la
alta burguesía está planeando viajes, o ya se ha ido! Apenas quedará un alma de la
buena sociedad en todo Londres. Dicen que hasta el propio Parlamento huirá río
arriba, a Hampton Court. ¡Y los tribunales a Oxford!
—¿Qué? ¿De veras?
—Oh, sí. Se está trabajando en medidas muy duras. Todas planeadas bajo mano,
por supuesto, para evitar el pánico de la chusma. —Disraeli se giró en la silla y le
guiñó un ojo—. Pero habrá medidas, puede contar con ello.
—¿Qué clase de medidas, Dizzy?
—Racionar el agua, cerrar chimeneas y luces de gas, ese tipo de cosas —dijo
Disraeli sin darle importancia—. Se podrá decir lo que se quiera de la institución de
los lores nombrados por méritos, pero al menos ha garantizado que los líderes de
nuestro país no sean estúpidos.
Disraeli extendió sus notas sobre el escritorio.
—El Gobierno tiene planes de lo más científicos para casos de emergencia, ya
sabe. Para casos de invasiones, incendios, sequías y plagas. —Hojeó las notas
humedeciéndose el pulgar—. A algunas personas les encanta pensar en desastres.
A Mallory le resultó difícil creer aquel chismorreo.
—¿Qué contienen, con exactitud, esos «planes para casos de emergencia»?
—Todo tipo de cosas. Planes de evacuación, supongo.
—No estará insinuando que el Gobierno tiene intención de evacuar Londres...
Disraeli esbozó una sonrisa pícara.
—Si oliera el Támesis a la puerta del Parlamento, no le extrañaría que nuestros
respetados líderes quisieran salir pitando.
—Tan mal está, ¿eh?
—¡El Támesis es una cloaca pútrida atestada de enfermedades! —proclamó
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