Page 167 - La máquina diferencial
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Disraeli—. ¡Espesada por ingredientes procedentes de las fábricas de cerveza y de
           gas,  y  las  fábricas  químicas  y  mineras!  La  materia  pestilente  cuelga  como  algas
           repugnantes de los pilotes del puente de Westminster, ¡y cada vapor que pasa provoca

           un remolino feculento capaz de derrotar a la tripulación con su hediondez!
               Mallory sonrió.
               —Hemos escrito un editorial sobre el tema, ¿eh?

               —Para el Morning Clarion... —Disraeli se encogió de hombros—. Admito que mi
           retórica es un tanto exagerada. Pero ha sido un verano muy extraño, maldita sea, y
           esa es la verdad. Unos cuantos días de buena lluvia que lo empape todo, descargue el

           Támesis y parta estas extrañas nubes que nos asfixian, y todos volveremos a estar
           bien. Pero como sigamos mucho más tiempo con este fenómeno extraño, los ancianos
           y los que tengan los pulmones débiles pueden llegar a sufrir mucho.

               —¿De veras piensa eso? Disraeli bajó la voz.
               —Dicen  que  el  cólera  campa  de  nuevo  por  Limehouse.  Mallory  sintió  un

           horrendo escalofrío.
               —¿Quién lo dice?
               —Doña Rumores. ¿Pero quién va a dudar de ella en estas circunstancias? Con un
           verano  tan  abominable,  es  demasiado  probable  que  los  efluvios  y  la  hediondez

           propaguen un contagio mortal. —Disraeli apagó la pipa y empezó a recargarla de un
           bote  humectativo  sellado  con  caucho  y  lleno  de  tabaco  turco,  negro  y  picado—.

           Adoro esta ciudad, Mallory, pero hay veces en las que la prudencia debe pesar más
           que la devoción. Usted tiene familia en Sussex, lo sé. De ser yo, me iría de inmediato
           a reunirme con ella.
               —Pero tengo que dar un discurso... Dentro de dos días, sobre el brontosauro. ¡Y

           con acompañamiento de un quinótropo!
               —Cancele  el  discurso  —replicó  Disraeli  mientras  enredaba  con  una  cerilla  de

           repetición—. Pospóngalo.
               —No puedo. Va a ser una gran ocasión, ¡un gran acontecimiento profesional y
           popular!
               —Mallory,  no  habrá  nadie  para  verlo.  Nadie  que  importe,  en  cualquier  caso.

           Estará gastando saliva en balde.
               —Habrá  trabajadores  —protestó  Mallory  con  obstinación—.  Las  clases  más

           humildes no pueden permitirse abandonar Londres.
               —Ah... —dijo Disraeli expulsando humo—. Será espléndido. Los tipos que leen
           esos horrores de dos peniques. Asegúrese de recomendarme a su público. Mallory

           apretó la mandíbula con gesto terco. Disraeli suspiró.
               —Vamos  a  trabajar.  Tenemos  mucho  que  hacer.  —Sacó  el  último  número  de
           Family Museum de un estante—. ¿Qué le pareció el capítulo de la semana pasada?

               —Bien. El mejor hasta ahora.




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