Page 168 - La máquina diferencial
P. 168
—Demasiada teoría científica, puñeta —respondió Disraeli—. Le hace falta más
interés sentimental.
—¿Qué tiene de malo la teoría si es una buena teoría?
—Nadie, salvo un especialista, quiere leer sobre la presión ejercida por la
articulación de la mandíbula de un reptil, Mallory. A decir verdad, solo hay una cosa
que la gente quiere saber realmente sobre los dinosaurios: por qué están muertos esos
malditos bichos.
—Creí que habíamos acordado reservar eso para el final. —Oh, sí. Es un buen
clímax ese asunto del gran cometa que se estrella, y la gran nube de polvo negro que
barre de la faz de la Tierra toda la vida reptiliana y demás.
Muy dramático, muy catastrófico. Eso es lo que al público le gusta del
catastrofismo, Mallory. La catástrofe causa mejor impresión que todas esas tonterías
del uniformismo que dicen que la Tierra tiene mil millones de años. Tedioso y
aburrido, ¡aburrido con solo mirarlo!
—¡Apelar a la vulgar emoción no viene al caso! —protestó Mallory con pasión
—. ¡Las pruebas me respaldan! ¡Mire la luna, completamente cubierta de cráteres de
cometas!
—Sí —dijo Disraeli distraído—, científico y riguroso, pues mucho mejor.
—Nadie puede explicar cómo es que el Sol ha podido arder durante siquiera diez
millones de años. No hay combustión que pueda durar tanto. ¡Viola las leyes más
elementales de la Física!
—Dele un pequeño descanso a eso. Yo estoy con su amigo Huxley en que
deberíamos iluminar la ignorancia del público, pero al perro hay que echarle algún
hueso de vez en cuando. Nuestros lectores quieren saber algo de Leviatán Mallory, el
hombre.
El hombre gruñó.
—Por eso debemos volver al tema de esa chica india...
Mallory negó con la cabeza. Llevaba tiempo temiéndolo.
—No era ninguna «chica». Era una mujer nativa...
—Ya hemos explicado que usted no se ha casado —dijo Disraeli con paciencia—.
No quiere admitir que haya alguna novia inglesa. Ha llegado el momento de sacar a
esa doncella india. No tiene que mostrarse indecente, ni franco. Solo unas cuantas
palabras amables sobre ella, una galantería o dos, unas cuantas insinuaciones. A las
mujeres les encantan esas cosas, Mallory. Y leen mucho más que los hombres. —
Disraeli cogió su bolígrafo—. Ni siquiera me ha dicho su nombre.
Mallory se sentó en una silla.
—Los cheyenes no tienen nombres como nosotros. Sobre todo sus mujeres.
—Tenían que llamarla de algún modo.
—Bueno, a veces la llamaban Viuda de la Manta Roja, y a veces la llamaban
www.lectulandia.com - Página 168