Page 171 - La máquina diferencial
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cernía  sobre  todo.  Sobre  algunas  partes  de  Fleet  Street  aterrizaban  con  delicadeza
           unos copos grises de algo que se parecía a la nieve. Examinó uno que se posó sobre la
           manga de su chaqueta, un copo sucio de arenisca cristalizada. Cuando lo tocó, el copo

           se deshizo en finísima ceniza.
               Fraser le gritaba desde debajo de una farola, al otro lado de la calle.
               —¡Doctor Mallory! —El policía le hacía señas de un modo que, para él, resultaba

           bastante animado. Mallory se dio cuenta un poco tarde de que, con toda probabilidad,
           Fraser ya llevaba un rato gritándole.
               Se abrió paso para cruzar la calle esquivando el tráfico: taxis, carretas, un gran

           rebaño de ovejas que se bamboleaban, balaban y estornudaban. El esfuerzo lo dejó
           jadeante.
               Había dos extraños con Fraser bajo la farola, sus rostros ceñidos por pañuelos

           blancos. El tipo más alto ya llevaba algún tiempo respirando a través del pañuelo,
           porque la tela que tenía bajo la nariz aparecía manchada de marrón amarillento.

               —Quítenselos, muchachos —les ordenó Fraser. Con gesto hosco, los dos extraños
           tiraron de los pañuelos y los dejaron por debajo de la barbilla.
               —¡El caballero de la tos! —dijo Mallory asombrado.
               —Permítame —comentó Fraser con ironía—. Este es el señor J. C. Tate y este es

           su compañero, el señor George Velasco. Se hacen llamar agentes confidenciales, o
           algo por el estilo. —La boca de Fraser se fue afinando y terminó convertida en algo

           parecido  a  una  sonrisa—.  Creo,  caballeros,  que  ya  conocen  al  doctor  Edward
           Mallory.
               —Lo conocemos —respondió Tate. Tenía un cardenal morado e hinchado en un
           lado de la mandíbula. El pañuelo lo había ocultado hasta entonces—. ¡Un maldito

           lunático, eso es lo que es! Un maldito lunático violento que debería estar en Bedlam.
               —El  señor  Tate  era  agente  de  nuestra  fuerza  metropolitana  —siguió  Fraser

           mientras clavaba en el hombre una mirada plomiza—. Hasta que perdió el puesto.
               —¡Dimití! —declaró Tate—. Me fui por principios, ya que no hay forma de hacer
           justicia en la policía pública de Londres. Y usted lo sabe tan bien como yo, Ebenezer
           Fraser.

               —En cuanto al señor Velasco, es uno de esos hombres que aspiran a llevar faroles
           oscuros —comentó Fraser con suavidad—. Cuando su padre llegó a Londres era un

           refugiado  monárquico  español,  pero  a  nuestro  joven  don  George  no  le  importa
           dedicarse a cualquier cosa: pasaportes falsos, espiar por las cerraduras, golpear con
           cachiporras a destacados intelectuales en la calle...

               —Soy  ciudadano  británico,  nacido  aquí  —dijo  el  moreno  y  pequeño  mestizo
           mientras lanzaba una mirada asesina a Mallory.
               —No  se  dé  aires  de  grandeza,  Fraser  —amenazó  Tate—.  Usted  hizo  la  ronda

           como  yo,  y  si  ahora  es  un  pez  gordo,  es  solo  para  que  pueda  tapar  los  sucios




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