Page 174 - La máquina diferencial
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haría desplegar las velas, seguro. Nerviosos como gatos, esos dos.
               —¿Saben que ustedes los vieron? —dijo Fraser.
               —No son estúpidos, Fraser. Saben lo que hacen. El tipo es uno de esos ojeadores

           de las carreras, si no me equivoco, y ella una fulana de altos vuelos. La muñequita
           intentó engatusar aquí a Velasco. Quería saber quién nos contrató. No se lo dijimos
           —dijo tras pensárselo un momento.

               —¿Qué les contaron de ellos? —inquirió Fraser con tono brusco.
               —La mujer dijo que era la hermana de Francis Rudwick —respondió Velasco—.
           Investigaba el asesinato de su hermano. Lo dijo sin más, sin que yo le preguntara.

               —Por supuesto que no nos creímos esa cháchara —dijo Tate—. No se parece en
           nada a Rudwick. Pero no tenía mala pinta la muselina esa. Cara dulce, pelirroja... Lo
           más probable es que fuera la querida de Rudwick.

               —¡Es una asesina! —saltó Mallory.
               —Qué gracioso, don, eso mismo dice ella de usted.

               —¿Sabe dónde encontrarlos? —preguntó Fraser. Tate sacudió la cabeza.
               —Podríamos mirar —se ofreció Velasco.
               —¿Por qué no lo hacen mientras siguen a Foulke? —respondió Mallory con un
           golpe de inspiración—. Tengo la sensación de que podrían estar todos confabulados

           de algún modo.
               —Foulke está en Brighton —dijo Tate—. No soportaba el hedor, muy sensible, el

           caballero. Y si tenemos que ir a Brighton, a Velasco y a mí no nos vendría mal tener
           dinero para el tren, gastos, ya sabe.
               —Mándeme la factura —respondió Mallory. Luego dio a Velasco un billete de
           una libra.

               —El doctor Mallory quiere esa factura totalmente detallada —apuntó Fraser—. Y
           con recibos.

               —Faltaba más, don —dijo Tate. Se llevó la mano al ala del sombrero, el saludo
           de la poli—. Encantado de servir a los intereses de la nación.
               —Y tenga cuidado con esa lengua, Tate.
               Tate no le hizo caso y lanzó una mirada lasciva a Mallory.

               —Tendrá noticias nuestras, don.
               Fraser y Mallory los vieron irse.

               —Creo que se ha quedado sin dos libras —dijo Fraser—. Jamás volverá a ver a
           esos dos.
               —Pues quizá me haya salido barato —respondió Mallory.

               —Pues no, señor. Hay formas mucho más baratas.
               —Por lo menos ya no me arrearán por detrás con una cachiporra.
               —No, señor, ellos no.







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