Page 179 - La máquina diferencial
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—Sí,  señor  —respondió  Kelly—.  O  mejor,  permítame  ir  a  comprobarlo  de
           inmediato, señor. —Se fue a toda prisa con una reverencia.
               —Su amigo, el hombre del estilete del derby —dijo Fraser—. No se atrevió a

           seguirlo  hoy,  pero  una  vez  nos  fuimos  subió  aquí  sin  que  nadie  lo  viera,  forzó  la
           puerta y encendió velas entre sus papeles amontonados. Hacía ya tiempo que se había
           puesto a salvo cuando se dio la alarma.

               —Debe  de  saber  mucho  sobre  mi  horario  —caviló  Mallory—.  Me  atrevería  a
           decir que lo sabe todo sobre mí. Ha saqueado mi número. Me ha tomado por tonto.
               —Es una manera de decirlo, señor. —Fraser tiró a un lado la barra de latón—. No

           es  más  que  un  aficionado  con  pretensiones.  El  pirómano  experto  utiliza  parafina
           líquida, que se consume junto con todo lo que toca.
               —Esta noche no podré acudir a esa cena de los agnósticos, Fraser. ¡No tengo nada

           que ponerme!
               Fraser se quedó parado.

               —Veo que se enfrenta a su desgracia con gran valentía, como un erudito y un
           caballero, doctor Mallory.
               —Gracias  —respondió  Mallory,  tras  lo  que  se  produjo  un  silencio—.  Fraser,
           necesito una copa.

               Este asintió lentamente.
               —Por el amor de Dios, Fraser, vamos a algún sitio donde podamos beber como

           auténticos canallas depauperados, ¡y sin que le añadan esa falsa pátina de jengibre a
           todo! ¡Salgamos de este palacio moderno a un lugar donde dejen entrar a un hombre
           al  que  no  le  queda  sino  la  chaqueta  que  lleva  puesta!  —Propinó  una  patada  a  los
           restos carbonizados de su armario.

               —Sé  lo  que  necesita,  señor  —respondió  Fraser  con  tono  tranquilizador—.  Un
           sitio alegre donde pueda desfogarse, donde haya copas, baile y damas bulliciosas.

               Mallory descubrió los botones alargados de latón ennegrecido del abrigo militar
           que había usado en Wyoming. La visión le dolió.
               —No  estará  intentando  protegerme,  ¿verdad,  Fraser?  Supongo  que  Oliphant  le
           pidió que me cuidara. Creo que eso sería un error. Tengo ganas de buscar problemas,

           Fraser.
               —No me confundo respecto a usted, señor. El día ha resultado ciertamente cruel.

           Pero claro, todavía tiene que ver los jardines de Cremorne.
               —¡Lo único que quiero ver es al hombre del estilete en el punto de mira de un
           rifle para búfalos!

               —Entiendo lo que siente a la perfección, señor.
               Mallory  abrió  su  cigarrera  de  plata  (al  menos  todavía  le  quedaba  aquella
           posesión) y encendió su último habano de primera clase. Aspiró con fuerza hasta que

           la calma del buen tabaco inundó su torrente sanguíneo.




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