Page 181 - La máquina diferencial
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seguían en las instalaciones, ociosos y muy inquietos, ya que nadie había mencionado
           unas vacaciones pagadas, aunque estaba claro que los huelguistas pensaban que, en
           tales  circunstancias,  se  las  merecían.  También  quedaba  por  ver  quién  era  el

           responsable de vigilar la propiedad de los señores Bennett y Harper, y quién sería el
           responsable de dar la orden oficial para que se pusieran en marcha las calderas de
           nuevo.

               Lo  peor  de  todo  era  que  parecía  haber  problemas  graves  con  el  servicio
           telegráfico de la policía, encauzado, era de suponer, a través de la pirámide que en
           Westminster  albergaba  la  Oficina  Central  de  Estadísticas.  Allí  debía  de  haber

           dificultades por culpa del hedor, conjeturó Mallory.
               —Usted  pertenece  a  la  División  Especial,  señor  Fraser  —dijo—.  ¿Por  qué  no
           endereza a estos zoquetes?

               —Muy ingenioso —replicó Fraser.
               —Me  preguntaba  por  qué  no  habíamos  visto  agentes  patrullando  las  calles.

           ¡Deben de estar encerrados en los complejos fabriles de todo Londres!
               —Y a usted eso parece alegrarle muchísimo —protestó Fraser.
               —¡Burócratas! —se burló Mallory muy contento—. Podrían haber supuesto que
           esto iba a pasar de haber estudiado bien la teoría catastrofista. Es una concatenación

           de interacciones sinérgicas: ¡todo el sistema se halla en la ruta de duplicación que
           conduce al caos!

               —¿Qué significa eso, si no es molestia?
               —En esencia —dijo Mallory con una sonrisa detrás del pañuelo—, en términos
           que  pueda  entender  un  lego,  significa  que  todo  empeora  el  doble,  y  el  doble  de
           rápido. ¡Hasta que todo se derrumba por completo!

               —Eso es palabrería de intelectuales. No supondrá que tiene algo que ver con lo
           que está pasando de verdad aquí en Londres, ¿verdad?

               —¡Una  pregunta  muy  interesante!  —asintió  Mallory—.  ¡Y  con  hondas  raíces
           metafísicas!  Si  elaboro  un  modelo  preciso  de  un  fenómeno,  ¿significa  eso  que  lo
           entiendo?  ¿O  podría  ser  simple  coincidencia,  mero  producto  de  la  técnica?  Por
           supuesto, como el ardiente defensor de las simulaciones que soy, pongo mucha fe en

           los  modelos  de  las  máquinas.  Pero  la  doctrina  se  puede  cuestionar,  no  cabe  duda.
           ¡Aguas profundas, Fraser! ¡Es ese tipo de cosas con las que se crecían el viejo Hume

           y el obispo Berkeley!
               —No estará borracho, ¿verdad, señor?
               —Solo  un  poco  animado  —dijo  Mallory—.  Achispado,  podría  decirse.  —

           Siguieron adelante tras decidir prudentemente dejar a la policía con sus pleitos.
               Mallory lamentó de repente la pérdida del bueno de su abrigo de Wyoming, el de
           los botones de madera. Echaba de menos la cantimplora, su catalejo, la acogedora

           rigidez de un rifle a la espalda; la visión de un horizonte frío, limpio y salvaje donde




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