Page 183 - La máquina diferencial
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—¡Azúcar!
               Los que lo rodeaban se echaron a reír y lo vitorearon.
               —¡Eh, calmaos! —ordenó Fraser.

               —¡Jeta de vinagre! —le espetó con una mueca grosera uno de los pícaros—. ¡Qué
           sombrero más espantoso! —La jauría entera estalló en carcajadas estridentes.
               —¿Dónde  están  vuestros  padres?  —quiso  saber  Fraser—.  ¡No  deberíais  estar

           corriendo por ahí con este tiempo!
               —¡Rayos  y  centellas!  —se  burló  el  muchacho  de  los  zapatos  con  ruedas—.
           ¡Adelante, mi entusiasta banda! ¡A las órdenes de Pantera Bill! —Y entonces clavó

           los bastones y salió rodando. Los otros lo siguieron entre gritos y alaridos.
               —Demasiado bien vestidos para ser golfillos de la calle —comentó Mallory.
               Los muchachos se habían alejado un poco y se habían puesto a jugar al latigazo.

           Cada muchacho agarraba a toda prisa al siguiente por el brazo hasta que formaban
           una cadena. El muchacho de las ruedas se colocó en el extremo de la cola.

               —No me gusta la pinta que tiene eso —murmuró Mallory.
               La cadena giró por toda Camera Square. Cada eslabón iba adquiriendo velocidad,
           hasta que de repente el chico con ruedas en los pies se soltó del extremo como la
           piedra de una catapulta. Salió disparado con un chillido de alegría diabólica, tropezó

           con alguna pequeña discontinuidad en el pavimento y se estrelló de cabeza contra una
           luna de cristal.

               El  escaparate  estalló  en  una  lluvia  de  cristales  que  cayeron  como  hojas  de
           guillotina.
               El joven Pantera Bill quedó tendido en la acera, al parecer aturdido o muerto. Se
           produjo un horrible momento de silencio espantado.

               —¡A por el tesoro! —chilló uno de los muchachos. Con gritos enloquecidos, la
           jauría se encaramó al escaparate roto y empezó a coger todo cuanto veía: telescopios,

           trípodes, útiles de cristal para experimentos químicos...
               —¡Alto! —gritó entonces Fraser—. ¡Policía! —Metió la mano en la chaqueta, se
           arrancó el pañuelo y dio tres toques agudos a un silbato niquelado.
               Los muchachos huyeron al instante. Unos cuantos dejaron caer el botín del que se

           habían adueñado, pero el resto se aferró a sus premios con determinación y todos
           corrieron como macacos. Fraser salió resoplando tras ellos. Mallory, que lo seguía,

           llegó al escaparate donde todavía yacía tirado Pantera Bill. Cuando se acercaron, el
           chico se incorporó sobre el codo y sacudió la cabeza ensangrentada.
               —Estás herido, hijo —comentó Mallory.

               —¡Estoy  en  plena  forma!  —respondió  Pantera  Bill  despacio.  Tenía  el  cuero
           cabelludo  abierto  hasta  el  hueso  y  la  sangre  le  chorreaba  sobre  las  dos  orejas—.
           ¡Quitadme las manos de encima, bandidos enmascarados!

               Con un poco de retraso, Mallory se bajó también el pañuelo e intentó sonreír al




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