Page 188 - La máquina diferencial
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consideraba un buen bailarín. Observó a las mujeres. Una joven alta y de elegante
figura danzaba con un caballero mayor, barbudo. El tipo era corpulento y parecía
padecer gota en las rodillas, pero la mujer permanecía erguida como un dardo y
bailaba con la elegancia de un profesional. Los tacones de bronce de sus botas
destellaban bajo las luces. El bamboleo de las enaguas sugería la forma y tamaño de
las caderas ocultas. Allí no había acolchado ni barba de ballena. Tenía unos bonitos
tobillos envueltos en medias rojas, y la falda resultaba dos pulgadas más corta de lo
que permitía la propiedad.
Mallory no alcanzaba a ver su rostro.
El panmelodio arrancó con otra melodía, pero el caballero fornido parecía
cansado. La pareja se detuvo y se dirigió hacia un grupo de amigos: una mujer mayor
que ellos y de aspecto modesto, tocada con una gorra, dos jóvenes que parecían
prostitutas y otro caballero mayor de aspecto adusto y foráneo, de Holanda, quizá, o
puede que de una de las Alemanias. La bailarina hablaba con los demás y echaba la
cabeza hacia atrás como si estuviera riendo. Tenía un hermoso cabello castaño y un
gorro que llevaba atado alrededor de la garganta y que le colgaba por la espalda. Una
espalda bella, sólida y femenil, con unas caderas delgadas.
Mallory comenzó a dirigirse lentamente hacia ellos. La chica hablaba con
aparente interés con el hombre extranjero, pero la expresión de él mostraba
reluctancia y un probable desdén. La chica abocetó una reverencia renuente antes de
alejarse de él.
Mallory vio entonces su cara por primera vez. Tenía una mandíbula extraña y
larga, unas cejas espesas y una boca que parecía un amplio corte móvil bordeado de
carmín rojo. No era exactamente fea, aunque carecía de atractivo. A pesar de todo,
sus ojos grises mostraban tal aspecto afilado y temerario, y su expresión tamaña
voluptuosidad inverosímil, que se quedó clavado en el sitio. Y sus formas eran
espléndidas. Pudo verlo al observarla caminar (rodar, casi deslizarse) hacia la barra.
De nuevo aquellas maravillosas caderas, y la línea de la espalda. La mujer se inclinó
sobre la barra para bromear con el camarero y la falda se le levantó por detrás, casi
hasta la pantorrilla cubierta por la media roja. La visión de la pierna musculosa
provocó en Mallory una descarga de lasciva intensidad. Era como si la mujer le
hubiera propinado un puntapié con esa pierna.
Se acercó a la barra. La mujer no bromeaba con el camarero sino que discutía con
él, al modo femenil, en parte doloroso y en parte fastidioso. Tenía sed pero no dinero,
y aseguraba que pagaban sus amigos. El camarero no la creía, pero no llegaba a
decirlo claramente.
Mallory depositó un chelín sobre la barra.
—Camarero, dele a esta señorita lo que quiere.
Ella lo miró con molesta sorpresa. Enseguida se recuperó, sonrió y lo valoró con
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