Page 190 - La máquina diferencial
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Se tambaleó un poco sobre el camino de grava, pero ella lo sujetó y lo miró con
atrevimiento.
—Está un poco borracho, ¿no? Pero parece un buen hombre. ¿Cómo se llama?
—Edward. Ned, casi siempre.
—¡Yo me llamo igual! —replicó ella—. Harriet Edwardes, con una «e» al final.
Es mi nombre artístico. Pero mis amigos me llaman Hetty.
—Pues tienes el cuerpo de una diosa, Hetty. No me sorprende que actúes. Ella
volvió a lanzarle la misma mirada osada y de ojos grises.
—¿Te gustan las chicas malas, Ned? Eso espero, porque esta noche tengo ganas
de hacer cosas malas.
—Me encantan —respondió Mallory. La cogió por la cintura afilada, alargó una
mano hacia sus senos abultados y la besó en la boca. Ella lanzó un pequeño chillido
de asombro antes de pasarle los brazos alrededor del cuello. Se besaron largamente
bajo la oscura masa de un olmo. Mallory sentía la lengua de la chica presionada
contra sus dientes.
Ella se retiró un tanto.
—Tenemos que llegar a casa, Ned. ¿De acuerdo?
—De acuerdo —respondió él con la respiración entrecortada—. Pero enséñame
las piernas ahora. Por favor.
Ella miró a un lado y otro del camino y después se levantó las enaguas hasta las
rodillas y las dejó caer de nuevo.
—Son perfectas —dijo él—. Podrías posar para un pintor.
—Ya he posado para pintores, y no compensa.
Desde el embarcadero de Cremorne llegó el sonido de un vapor. Corrieron para
alcanzarlo y casi no logran subir a bordo. El esfuerzo hizo que a Mallory se le subiera
aún más el güisqui a la cabeza. Dio a la chica un chelín para pagar la tarifa de cuatro
peniques y encontró una silla de cubierta cerca de la proa. El pequeño transbordador
empezó a expeler humo y las grandes ruedas laterales comenzaron a batir el agua
negra.
—Vayamos al salón —dijo ella—. Hay bebidas.
—Me gusta ver Londres.
—No creo que te guste lo que vas a ver en este viaje.
—Seguro que me gusta si te quedas conmigo.
—Vaya pico tienes, Ned —dijo ella, y rió—. Es gracioso. Al principio creí que
eras un policía, tan serio y solemne. Pero los policías no hablan así, ni bebidos ni
sobrios.
—¿No te gustan los cumplidos?
—No, están bien. Pero es que también me gusta el champán.
—Dentro de un rato —dijo Mallory. No se sentía cómodo al verse tan
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