Page 194 - La máquina diferencial
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maravillosa a través del velo obscenamente fino de la camisa, y bregó con la prenda
           hasta  que  consiguió  subírsela  hasta  la  cintura.  Hetty  emitió  entusiastas  gruñidos
           cuando Mallory empezó a tantear entre la lana húmeda de su entrepierna. Al final, al

           parecer ya impaciente, Hetty bajó la mano sin más ceremonias y se metió la verga en
           el coño.
               La joven dejó de chuparle la boca cuando empezaron a moverse. No tardaron en

           comenzar a suspirar como faetones de vapor, y la cama crujía y traqueteaba bajo ellos
           como un panmelodio mal afinado.
               —¡Oh, Ned, querido! —gañó ella de repente, clavándole ocho uñas afiladas en la

           espalda—. ¡Qué grande es! ¡Voy a verterme! —Y se retorció bajo él con lo que casi
           pareció una convulsión. Sacudido por la extrañeza de oír a una mujer hablar inglés en
           medio  de  la  cópula,  Mallory  se  corrió  de  repente,  como  si,  sin  querer,  le  hubiera

           arrancado la semilla de la carne el desplome lascivo de las ingles femeninas.
               Después de un momento de silencio y jadeos, Hetty le besó la mejilla barbuda con

           la  expresión  en  parte  tímida  y  en  parte  coqueta  de  una  mujer  conquistada  por  el
           deseo.
               —Ha sido magnífico, de veras, Ned. Tú sí que sabes lo que hay que hacer. Ahora
           vamos a comer algo, ¿quieres? Me muero de hambre, demonios.

               —Bien  —respondió  Mallory  mientras  abandonaba  la  cuna  sudorosa  de  sus
           caderas.  Se  sentía  agradecido  hacia  Hetty,  como  siempre  le  sucedía  con  cualquier

           mujer que lo favoreciera, y un poco avergonzado de sí mismo, y también de ella. Pero
           a la vez tenía mucha hambre. Hacía bastantes horas que no comía nada.
               —Podemos  pedir  una  cenita  abajo,  en  el  Hart.  La  señora  Cairns  nos  la  puede
           subir. Es mi casera, la que vive aquí al lado.

               —De acuerdo —aceptó Mallory. —Pero tendrás que pagar la comida y darle una
           propina a ella. —Hetty se bajó de la cama con la camisa todavía levantada. Se la bajó

           de  un  tirón,  pero  la  breve  visión  de  su  magnífico  trasero  provocó  una  oleada  de
           asombro  agradecido  en  el  cuerpo  masculino.  La  joven  golpeó  con  los  nudillos  la
           pared del dormitorio en un rápido staccato. Pasado un largo minuto se oyó un solo
           golpe a modo de respuesta.

               —¿Tu amiga se acuesta tarde? —preguntó Mallory.
               —Está acostumbrada a este negocio —explicó Hetty mientras volvía a deslizarse

           dentro la cama con un coro de chirridos—. Tú no te preocupes por la señora Cairns.
           Cada poco le zurra a su marido y despierta a todo el edificio.
               Mallory se quitó con cuidado la funda francesa, que se había estirado hasta perder

           la forma pero no se había roto, y la dejó caer en la bacinilla.
               —¿Deberíamos abrir una ventana? Hace un calor de mil demonios...
               —¡No, no dejes entrar el hedor, cielito! —Hetty sonrió bajo la luz de la lámpara y

           se rascó por debajo de la sábana—. Además, las ventanas no se abren.




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