Page 192 - La máquina diferencial
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en ello. —Con un movimiento suave y bastante natural, la joven apoyó una mano en
la parte delantera de sus pantalones—. ¡Pues no está dura ni na! — Retiró la mano de
golpe y esbozó una sonrisa triunfante.
Mallory revisó a toda prisa la cubierta con la mirada. Había otras personas fuera,
más de diez. No parecía que nadie estuviera mirando, pero era difícil saberlo con
aquella niebla oscura.
—Bromeas —le dijo.
—Sácala y verás cómo bromeo.
—Preferiría esperar al momento y lugar adecuados.
—¡Mira que decir eso un hombre! —espetó la joven y se echó a reír.
Los golpes constantes de las paletas contra el agua cambiaron de repente de tenor.
El negro Támesis emitió una repugnante oleada de fetidez y el sonido crujiente de un
burbujeo.
—Oh, es horrible —exclamó Hetty al tiempo que se tapaba la boca con una mano
—. ¡Vamos al salón, Ned, por favor!
Una extraña curiosidad clavó a Mallory en su sitio.
—¿Es peor luego? ¿Río abajo?
—Mucho peor —respondió Hetty entre los dedos con los que se cubría—. Yo he
visto gente que se desmaya y to.
—¿Y por qué siguen pasando los transbordadores?
—Pasan siempre —dijo Hetty, que se había girado un poco—. Son vapores
correo.
—Ah. ¿Podría comprar aquí un sello?
—Dentro —respondió ella—. Y también puedes comprarme algo a mí.
Hetty encendió una lámpara de aceite en el estrecho y pequeño pasillo de las
habitaciones superiores de Flower-and-Dean Street. Mallory, que no podría haberse
alegrado más de librarse de los espeluznantes callejones asfixiados por la niebla de
Whitechapel, pasó como pudo a su lado y entró en el salón. Una mesa cuadrada
compuesta de tablones sostenía una pila desordenada de periódicos sensacionalistas
ilustrados que, por alguna razón, todavía se repartían a pesar del hedor. En la
penumbra pudo distinguir los gruesos titulares de factura mecánica que se lamentaban
del mal estado de salud del primer ministro. El viejo Byron siempre estaba fingiendo
alguna enfermedad, un pie cojo, un pulmón legañoso o el hígado decaído.
Hetty entró en el salón con la lámpara resplandeciente y las rosas desvaídas
florecieron en el papel polvoriento de la pared. Mallory dejó caer un soberano de oro
encima de la mesa. Odiaba tener problemas con ese tema y siempre pagaba por
adelantado. La joven oyó el tintineo de la moneda con una sonrisa. Luego se quitó
con un par de patadas los botines embarrados y se acercó contoneándose a una puerta
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