Page 196 - La máquina diferencial
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—Ese champán sale como entra, ¿no? Necesito la bacinilla. No mires a menos
           que quieras hacerlo.
               Mallory apartó la vista con cortesía y escuchó el estrépito del pis.

               —Vamos a lavarnos —dijo la joven—. Voy a buscar una jofaina. —Regresó con
           una  escudilla  de  esmalte  llena  de  la  pestilente  agua  londinense  y  se  lavó  con  una
           esponja de loofah.

               —Tienes una figura espléndida —dijo Mallory. Las manos y los pies de Hetty
           eran  pequeños,  pero  la  redondez  columnaria  de  sus  pantorrillas  y  sus  muslos  eran
           maravillas de la anatomía mamífera. Sus grandes y sólidas nalgas eran perfectas. A

           Mallory le parecieron extrañamente conocidas, como las blancas nalgas femeninas
           que había visto en tantos lienzos históricos. Se le ocurrió que muy bien podían ser las
           mismas. El coño, de labios bien proporcionados, estaba cubierto por un vello de color

           rojizo.
               La joven sonrió al ver su mirada.

               —¿Te gustaría verme desnuda?
               —Mucho.
               —¿Por un chelín?
               —De acuerdo.

               Hetty se quitó la camisa con un gesto de aparente alivio; le resaltaba el sudor por
           todo el cuerpo. Se lavó con delicadeza las axilas empapadas.

               —Soy capaz de posar, sin moverme nada, durante cinco minutos enteros seguidos
           —dijo arrastrando un poco la lengua. Se había bebido ella sola casi todo el champán
           —. ¿Tienes reloj? ¡Diez chelines y lo hago! ¿Qué te apuestas a que soy capaz?
               —Estoy seguro de que puedes hacerlo —dijo Mallory.

               Hetty  se  inclinó  con  elegancia,  se  cogió  el  tobillo  izquierdo  y  lo  levantó
           directamente por encima de la cabeza, con la rodilla rígida. Comenzó a girar sobre sí

           misma, con lentitud, arrastrándose sobre el talón y el dedo gordo.
               —¿Te gusta? —Maravilloso —dijo Mallory pasmado.
               —Mira,  puedo  poner  las  dos  manos  en  el  suelo,  planas  —explicó  mientras  se
           doblaba  por  la  cintura—.  La  mayor  parte  de  las  chicas  de  Londres  están  tan

           encorsetadas  que  se  partirían  por  la  mitad  si  lo  intentaran.  —Luego  se  abrió  por
           completo  de  piernas  en  el  suelo  y  levantó  la  cabeza  para  mirarlo,  borracha  y

           triunfante.
               —Nunca viví hasta que vine a Londres —dijo Mallory.
               —Entonces  quítate  la  camisa  y  vamos  a  follar  en  pelota.  —Su  rostro  de

           mandíbula alargada estaba colorado, y se le disparaban los ojos grises. Mallory se
           quitó la camisa. La joven avanzó hacia él con la jofaina esmaltada—. Follar desnudos
           es  estupendo  con  un  calor  tan  bestial  como  este.  A  mí  siempre  me  gusta  follar

           desnuda. Madre, qué carne tan firme, y a mí me gustan los hombres un poco peludos.




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