Page 201 - La máquina diferencial
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para marcharse. Había pasado una crisis tácita y el episodio había terminado. Todavía
           se  sentía  demasiado  cansado  para  moverse,  pero  se  sabía  a  punto  de  hacerlo.  El
           dormitorio de la puta ya no le parecía un refugio. Las paredes se le antojaban irreales,

           simples abstracciones matemáticas, límites que ya no podían contener el impulso que
           lo espoleaba.
               —Vamos a dormir un poco —dijo Hetty con palabras desdibujadas por la bebida

           y el agotamiento.
               —De acuerdo. —Mallory fue lo bastante sensato como para colocar la caja de
           luciferes al alcance de la mano, y después apagó el farol y se quedó echado en la

           oscuridad caliente de Londres, como un alma platónica suspendida. Descansó con los
           ojos abiertos mientras una pulga se daba sin prisas un festín con sus tobillos. No es
           que durmiera exactamente, pero sí descansó durante un tiempo indefinido. Cuando le

           comenzó a dar vueltas la cabeza, encendió y fumó uno de los cigarrillos de Hetty.
           Resultó un ritual agradable, aunque sin mucho sentido en lo que al uso adecuado del

           tabaco se refería. Después salió de la cama y orinó por intuición en la bacinilla. Allí
           había caído cerveza en el suelo, o quizá era otra cosa. Le hubiera gustado limpiarse
           los pies, pero tampoco parecía tener mucho sentido.
               Esperó  a  que  algo  parecido  al  amanecer  apareciera  en  la  ventana  desnuda  y

           mugrienta de Hetty, una ventana que se asomaba melancólica a una pared cercana.
               Por fin llegó un fulgor débil que no se parecía en nada a la honrada luz del día.

           Mallory ya se había despejado y yacía muerto de sed, con la sensación de tener la
           cabeza repleta de algodón. No estaba tan mal en realidad, si no hacía movimientos
           bruscos, aunque se sentía lleno de feas palpitaciones premonitorias.
               Encendió la vela que tenía en la mesita y encontró la camisa. Hetty despertó con

           un  gemido  y  se  lo  quedó  mirando,  el  cabello  enmarañado  y  sudoroso,  los  ojos
           saltones con una expresión que casi lo asustó. Ellynge, la habrían llamado en Sussex:

           siniestra.
               —No te vas —dijo la chica.
               —Sí.
               —¿Por qué? Todavía está muy oscuro.

               —Prefiero empezar pronto. —Se detuvo un momento—. Una vieja costumbre, de
           cuando acampaba.

               Hetty bufó.
               —Vuelve a meterte en la cama, mi valiente soldado, no seas tonto. Quédate un
           poco. Nos lavamos y desayunamos. ¿Puedes comprarlo, no, un gran desayuno?

               —Mejor no. Es tarde. Tengo que irme, tengo asuntos que atender.
               —¿Tan tarde es? —La chica bostezó—. Ni siquiera ha amanecido todavía.
               —Es tarde. Estoy seguro.

               —¿Qué dice el Big Ben?




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