Page 202 - La máquina diferencial
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—No he oído al Big Ben en toda la noche —respondió Mallory, y al darse cuenta
           se sorprendió—. El Gobierno lo ha clausurado, supongo.
               Esa pequeña especulación pareció alarmar vagamente a Hetty.

               —Un  desayuno  francés,  entonces  —sugirió  ella—,  que  nos  lo  suban  de  aquí
           abajo. Un pastel, una cafetera. Es barato.
               Mallory negó con la cabeza.

               Hetty  guardó  silencio  y  entrecerró  los  ojos.  La  negativa  parecía  haberla
           sorprendido. Se sentó en aquella cama que no dejaba de crujir y se tiró un poco del
           cabello desordenado.

               —No salgas, el tiempo es horrible. Si no puedes dormir, cariño, vamos a echar un
           polvo.
               —No creo que pueda.

               —Sé que te gusto, Neddie. —La joven levantó la sábana sudada—. Ven a tocarme
           entera, eso te la levantará. —Se quedó allí echada, esperando con la sábana levantada.

               Mallory, que no quería decepcionarla, se acercó a ella y le pasó la mano por las
           preciosas caderas y manoseó la tersura jugosa de sus pechos. Disfrutaba acariciando
           la piel de la chica, pero su verga, aunque se revolvió, no llegó a levantarse.
               —De verdad que tengo que irme —dijo.

               —Se te levantará otra vez si esperas un poco.
               —No puedo quedarme más.

               —No lo haría si no fueras un hombre tan agradable —dijo Hetty poco a poco—,
           pero puedo hacer que se te levante ahora mismo, si quieres. ¿Connaissez-vous la belle
           gamahuche?
               —¿Y eso qué es?

               —Bueno —dijo Hetty—, si hubieras estado con Gabrielle en lugar de conmigo,
           ya te lo habría hecho a estas alturas. Siempre lo hacía con sus hombres y decía que a

           ellos los volvía locos; es lo que llaman gamahuche, el placer francés.
               —No estoy seguro de entender.
               —Chupar la polla.
               —Ah. Eso. —Había oído el término, aunque solo como la forma más grosera de

           insulto. Le chocó encontrarse en una situación en la que se podría realizar el acto
           físico. Se tiró de la barba—. Eh... ¿y cuánto costaría eso?

               —No lo haría por ningún precio, con algunos —le aseguró ella—, pero la verdad
           es que me gustas, Ned, y por ti lo haría.
               —¿Cuánto?

               La chica parpadeó y dijo:
               —¿Diez chelines?
               Media libra.

               —Creo que no —dijo Mallory.




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