Page 195 - La máquina diferencial
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—¿Por qué no? —Los marcos están clavados. La chica que vivía aquí antes, el
           invierno pasado.
               Una  criaturita  extraña  con  aires  de  grandeza  y  cara  de  parecerle  todo  mal.  La

           aterraban sus enemigos. Clavó todas las ventanas para que no se abrieran, creo. Aun
           así, al final la cogieron, pobrecita.
               —¿Y cómo es eso? —preguntó Mallory.

               —Oh, nunca trajo a sus hombres aquí que yo viera, pero al final vinieron los polis
           a buscarla. Los especiales, ya sabes. Y encima me las hicieron pasar canutas, los muy
           hijos de perra, como si yo supiera lo que había hecho o quiénes eran sus amigos. Ni

           siquiera conocía su verdadero nombre. Sybil algo, Sybil Jones.
               Mallory se tiró de la barba.
               —¿Qué hizo, esa tal Sybil Jones?

               —Tuvo un hijo con un parlamentario cuando era joven —respondió Hetty—.
               Un  tipo  que  se  llamaba,  bueno,  dudo  que  quieras  saberlo.  Era  la  fulana  de  un

           político,  y  también  cantaba  un  poco.  Yo...  Yo  soy  una  fulana  que  posa.
           ¿Connaissezvous poses plastiques?
               —No.  —Mallory  observó  sorprendido  que  una  pulga  había  aterrizado  en  su
           rodilla  desnuda.  La  atrapó  y  la  aplastó  entre  las  uñas  de  los  pulgares,  que  se  le

           mancharon de sangre.
               —Nos vestimos con unos leotardos ceñidos de color carne, nos pavoneamos y

           dejamos que los caballeros nos miren con la boca abierta. La señora Winterhalter, la
           que viste mangoneándonos esta noche en Cremorne, es mi encargada, como se suele
           decir.  Esta  noche  había  poquísima  gente,  y  esos  diplomáticos  suecos  con  los  que
           estábamos tenían la mano más cerrada que el culo de un pollo. Así que para mí fue

           una suerte que aparecieras por allí.
               Se oyeron unos golpecitos en la puerta del pasillo. Hetty se levantó.

               —Donnez-moi cuatro chelines —dijo la joven. Mallory le dio unas monedas que
           se desvanecieron a toda prisa cuando la chica se fue. Hetty volvió con una bandeja
           lacada, desportillada y llena de muescas, y le mostró una hogaza deforme de pan, un
           trozo  de  jamón,  mostaza,  cuatro  salchichas  fritas  y  media  botella  polvorienta  de

           champán caliente.
               Tras llenar dos copas manchadas de champán, Hetty empezó a tomarse su cena

           con bastante compostura y sin hablar. Mallory se quedó mirando sus brazos llenos de
           hoyuelos, los hombros y la prominencia de los pechos pesados y los pezones oscuros
           bajo la fina camisa. Luego se asombró un poco ante la falta de atractivo de su rostro.

           Bebió una copa de aquel champán acre y malo y dio unos bocados famélicos al jamón
           verdoso.
               Hetty se terminó las salchichas. Luego, con una sonrisa sesgada, se bajó de la

           cama y se agachó a su lado tras subirse la camisa hasta la cintura.




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