Page 189 - La máquina diferencial
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los ojos entrecerrados.
               —Ya sabes lo que me gusta, Nicholas —dijo al camarero.
               Este le trajo una flauta de champán y alivió a Mallory de su dinero.

               —Me encanta el champán —le dijo ella—. Cuando bebes champán puedes bailar
           como una pluma. ¿Baila usted?
               —Abominablemente —respondió Mallory—. ¿Puedo ir a casa con usted?

               Ella lo miró de arriba abajo y la comisura de los labios se torció en una sonrisa
           burlona, pero voluptuosa.
               —Se lo diré en un momento —respondió y se marchó a reunirse con sus amigos.

               Mallory no esperó, ya que pensaba que probablemente se tratara de un engaño.
           Caminó lentamente alrededor de la plataforma de los monstruos y miró a las demás
           mujeres, pero entonces vio que la chica lo llamaba con gestos. Se dirigió hacia ella.

               —Creo que puedo ir con usted, aunque quizá no le agrade —dijo ella.
               —¿Y por qué no? —respondió él—. Me gusta usted.

               La chica rió.
               —No  me  refiero  en  ese  aspecto.  No  vivo  aquí,  en  Brompton.  Vivo  en
           Whitechapel.
               —Eso queda muy lejos.

               —El tren no funciona, y no es posible tomar un taxi. ¡Temía tener que dormir en
           el parque!

               —¿Y qué hay de sus amigos? —preguntó Mallory.
               La  chica  echó  hacia  atrás  la  cabeza,  como  si  quisiera  indicar  que  no  le
           importaban. Su elegante cuello mostró, en el hueco de la garganta, un poco de encaje
           tejido a máquina.

               —Quiero regresar a Whitechapel. ¿Me lleva? No tengo dinero, ni dos peniques.
               —Muy  bien  —contestó  Mallory.  Le  ofreció  el  brazo—.  Es  un  paseo  de  cinco

           millas..., aunque tiene unas piernas espléndidas.
               Ella lo tomó del brazo y le sonrió.
               —Podemos coger el vapor fluvial en el desembarcadero de Cremorne.
               —Ah —respondió Mallory—. Támesis abajo, ¿eh?

               —No  resulta  muy  agradable.  —Bajaron  los  escalones  de  la  plataforma  de  los
           monstruos y penetraron en una oscuridad apenas iluminada por el trémulo gas—. No

           es usted de Londres, ¿no es así? Un caballero viajante.
               Mallory negó con la cabeza.
               —¿Me dará un soberano por dormir con usted?

               Mallory, sorprendido por la falta de tacto, no dijo nada.
               —Puede quedarse toda la noche si quiere —siguió ella—. Es una habitación muy
           agradable.

               —Sí, eso es lo que quiero.




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