Page 173 - La máquina diferencial
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—Cinco chelines al día —murmuró Tate.
               —A cada uno —interpuso Velasco—. Más gastos.
               —Están mintiendo —dijo Fraser.

               —Tendré cinco guineas de oro esperándolos en mis habitaciones del palacio de
           Paleontología,  al  final  de  esta  semana  —les  prometió—.  A  cambio  de  esa  suma,
           quiero que traten a su antiguo cliente exactamente igual que me han tratado a mí.

           ¡Simple justicia poética, como si dijéramos! Acéchenlo en secreto, allá donde vaya, y
           díganme todo lo que hace. Para eso los contrataron, ¿no?
               —Más o menos —admitió Tate—. Podríamos pensárnoslo, don, si nos diera un

           depósito de esa cantidad...
               —Podría darles una parte del dinero —aceptó Mallory—. Pero entonces ustedes
           deben darme un depósito de información.

               Velasco y Tate se miraron un momento.
               —Dénos un momento para consultarlo. —Los dos detectives privados se alejaron

           un poco entre el bullicio del tráfico que pasaba por la acera y buscaron refugio en las
           cercanías de un obelisco rodeado por una verja de hierro.
               —Esos dos no valen ni cinco guineas al año —dijo Fraser.
               —Supongo que son unos canallas despiadados —asintió Mallory—, pero importa

           muy poco lo que sean, Fraser. Yo voy detrás de lo que saben.
               Tate volvió al final. El pañuelo le cubría de nuevo la cara.

               —El nombre del tipo es Peter Foulke —dijo con la voz amortiguada—. No lo
           habría  dicho,  ni  unos  caballos  salvajes  me  lo  hubieran  arrancado,  pero  el  muy
           desgraciado se da aires de grandeza y nos mangonea como si fuera un puñetero lord.
           No  confía  en  nuestra  integridad.  No  confía  en  que  actuemos  según  sus  mejores

           intereses. Al parecer, se cree que no sabemos hacer nuestro puñetero trabajo.
               —Al diablo con él —dijo Velasco. Metidos entre el pañuelo y el ala del bombín,

           los rizos húmedos de sus mejillas destacaban como alas grasientas—. Velasco y Tate
           no cabrean a los especiales por ningún puñetero Peter Foulke.
               Mallory ofreció a Tate un crujiente billete de una libra que sacó del cuaderno.
           Tate  lo  miró,  lo  dobló  entre  los  dedos  con  la  destreza  de  un  tahúr  y  lo  hizo

           desvanecerse.
               —¿Otro de esos aquí, mi amigo, para sellar el trato?

               —Siempre sospeché que era Foulke —dijo Mallory.
               —Entonces hay algo que no sabe, don —dijo Tate—: no somos los únicos que lo
           siguen. Mientras usted se pasea por ahí como un elefante y habla solo, lleva tras los

           talones a un tipo muy llamativo y a su chica, tres de los últimos cinco días. Fraser
           alzó la voz con aspereza.
               —Pero no hoy, ¿eh? Tate lanzó una risita detrás del pañuelo.

               —Supongo que lo vieron y se largaron, Fraser. Esa jeta de vinagre que tiene los




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