Page 172 - La máquina diferencial
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escándalos del Gobierno. ¡Dé unas palmadas y llame a la pasma! ¡Arréstenos! ¡Haga
           lo que quiera! Yo también tengo amigos, ¿sabe?
               —No  dejaré  que  el  doctor  Mallory  le  pegue,  Tate.  Deje  de  preocuparse.  Pero

           díganos por qué ha estado siguiéndolo.
               —Secreto profesional —protestó Tate—. No puedo chivarme de un cliente.
               —No  sea  tonto...  —dijo  Fraser.  —¡Este  caballero  suyo  es  un  maldito  asesino!

           ¡Hizo que destriparan a su rival como un pescado!
               —Yo no he hecho tal cosa —se defendió Mallory—. ¡Soy un erudito de la Real
           Sociedad, no un conspirador de callejón! Tate y Velasco intercambiaron una mirada

           de escéptico asombro. Velasco empezó a sonreírse sin poder evitarlo.
               —¿Qué tiene tanta gracia? —inquirió Mallory.
               —Los contrató uno de sus colegas —respondió Fraser—. Esta es una intriga de la

           Real Sociedad. ¿No es así, señor Tate?
               —¡Ya le he dicho que no digo nada! —dijo Tate.

               —¿Es  la  Comisión  de  Libre  Comercio?  —quiso  saber  Mallory.  No  hubo
           respuesta—. ¿Es Charles Lyell? Tate puso en blanco los ojos enrojecidos por el humo
           y dio un codazo a Velasco en las costillas.
               —Es  tan  puro  como  la  nieve,  el  doctor  Mallory  este,  tal  y  como  usted  decía,

           Fraser. —Se limpió la cara con el pañuelo manchado—. ¡Hasta dónde hemos llegado,
           maldita sea! ¡Londres apesta como el infierno y el país está en manos de unos doctos

           lunáticos con demasiado dinero y el corazón de piedra!
               Mallory  sintió  el  fuerte  impulso  de  proporcionar  a  aquel  canalla  insolente  otra
           afilada dosis de puños, pero con un rápido esfuerzo de voluntad consiguió ahogar
           aquel instinto inútil. Se acarició la barba con aire de catedrático y sonrió a Tate, una

           sonrisa fría e intencionada.
               —Sea quien sea su jefe —dijo—, no le hará muy feliz saber que el señor Fraser y

           yo los hemos descubierto.
               Tate observó a Mallory con atención y no dijo nada. Velasco se metió las manos
           en los bolsillos, y parecía listo para escabullirse en cualquier momento.
               —Quizá  en  otro  momento  hayamos  llegado  a  las  manos  —siguió  Mallory—,

           ¡pero yo me enorgullezco de poder elevarme por encima del resentimiento natural y
           ver  nuestra  situación  con  objetividad!  Ahora  que  han  perdido  la  tapadera  que

           utilizaban para acecharme, ya no sirven de nada a su cliente. ¿No es así?
               —¿Y eso qué? —preguntó Tate.
               —Que los dos todavía podrían tener una utilidad considerable para un tal Ned

           Mallory. ¿Cuánto les paga ese cliente suyo tan elegante?
               —Tenga cuidado, Mallory —le advirtió Fraser.
               —Si me han vigilado con alguna atención, deben de ser conscientes de que soy un

           hombre generoso —insistió Mallory.




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