Page 271 - La máquina diferencial
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Empezó a caer agua fresca por el encaje desigual que habían abierto las balas en
el techo.
—Es lluvia —dijo Mallory y se chupó la mano—. ¡Lluvia! Hemos ganado,
muchachos. —Se oyó un trueno—. Incluso si nos matan aquí —gritó—, para ellos ha
terminado. Cuando el aire de Londres vuelva a dulcificarse no tendrán ningún sitio en
el que esconderse.
—Puede que esté lloviendo —dijo Brian—, pero eso es artillería naval de una
pulgada, en el río... Un obús atravesó el techo en medio de un torrente de metralla
en llamas. —¡Ya estamos a tiro! —gritó Brian—. ¡Por el amor de Dios, poneos a
cubierto!
—Y él comenzó a luchar con desespero con las balas de algodón.
Mallory contempló asombrado los proyectiles que, uno tras otro, iban perforando
el tejado, los agujeros tan pulcramente espaciados como las punzadas de una lezna de
zapatero. Volaban torbellinos de basura ardiente, como el impacto de cometas de
hierro.
La bóveda de cristal estalló en mil fragmentos afilados como cuchillos. Brian
chilló algo a Mallory, pero su voz quedó ahogada por la cacofonía. Mallory se quedó
aturdido unos momentos, y entonces se inclinó para ayudar a su hermano. Levantaron
otra bala de algodón y se agazaparon en la trinchera.
Mallory se quedó allí sentado, con el rifle en las rodillas. Los estallidos de luz
caían como una cortina sobre el techo combado. Las vigas de hierro empezaron a
torcerse debido la presión, y los remaches estallaban como disparos. El ruido era
infernal, ultraterreno. El almacén se sacudía como una lámina de estaño batido.
Brian, Tom y Fraser se agazapaban como beduinos orantes y apretaban las palmas
de las manos contra los oídos. Fragmentos encendidos de madera y tela arrancados
por los impactos caían sobre las balas de algodón, que ardía sin llama. Todo el
almacén parecía ondular debido al calor del aire.
Mallory arrancó con aire ausente dos trozos de algodón y se los metió en los
oídos.
Una sección del tejado se derrumbó entonces con bastante lentitud, como el ala de
un cisne moribundo. La lluvia torrencial pugnaba contra los fuegos encendidos en
tierra.
La belleza penetró en el alma de Mallory. Se puso en pie con el rifle entre las
manos, como si de una varita mágica se tratara. El bombardeo se había detenido,
aunque el fragor era incesante porque el edificio estaba ardiendo. Las sucias lenguas
flamígeras danzaban en cien lugares diferentes, allí donde las ráfagas de viento les
daban formas fantásticas.
Mallory se asomó al borde del parapeto de algodón. El bombardeo había
derribado la pasarela cubierta y la había convertido en meras astillas, como un
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