Page 267 - La máquina diferencial
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algo que, como profesional, queda más allá de mi comprensión.
Una oleada de luz verdosa y aguada entró en el edificio y perfiló a un hombre
armado que se elevaba con una polea, sentado en el lazo de la cuerda. Rápido como
el pensamiento, Mallory centró la mira en el hombre, exhaló y disparó. El objetivo se
desmoronó hacia atrás y quedó colgando por las rodillas, inerte.
Volvieron a clavarse en el algodón los disparos de rifle, y Mallory se agazapó.
—Buen emplazamiento, las balas de algodón —dijo Brian satisfecho al tiempo
que daba unas palmaditas en el suelo de arpillera—. Hickory Jackson se ocultó detrás
de ellas en Nueva Orleáns y también nos dio una tunda.
—¿Qué pasó en la oficina, Brian? —preguntó Tom.
—El tipo se lió una especie de papirosi —respondió Brian—. ¿Los conoces?
Tabaco turco para liar. Salvo que él cogió un cuentagotas de un pequeño frasco
similar a los de las medicinas, puso unas gotas primero en el papel y luego lo
envolvió con una hoja extraña que sacó de una caja de caramelos. Me fijé bien en su
cara cuando encendió el cigarro con la vela y se le quedó la mirada ausente, ida se
podría decir. ¡Como aquí el hermano Ned, con uno de sus problemas intelectuales! —
Brian lanzó una risa seca; no pretendía ofender a nadie—. No me pareció bien
interrumpirlo en ese momento, ¡así que cogí un rifle y una caja o dos, y allí que me
fui calladito calladito!
Tom se echó a reír.
—Así que le echaste un buen vistazo, ¿eh? —preguntó Mallory.
—Claro. —¿El tipo tenía un bulto en la frente, justo aquí?
—¡Que me aspen si no lo tenía!
—Ese era el capitán Swing —dijo Mallory.
—¡Entonces soy un auténtico cabeza de chorlito! —exclamó Brian—. ¡No me
parecía bien dispararle a un hombre por la espalda, pero si hubiera sabido que era él,
le hubiera volado ese chichón allí mismo!
—¡Doctor Edward Mallory! —gritó una voz desde la oscuridad.
Mallory se levantó y se asomó por una de las balas. El marqués de Hastings se
encontraba abajo, con la cabeza vendada y un farol en una mano. Agitaba un pañuelo
blanco con un palo.
—¡Leviatán Mallory, quiero parlamentar con usted! —gritó el marqués.
—Hable entonces —respondió Mallory con cuidado de no enseñar la cabeza.
—¡Está aquí atrapado, doctor Mallory! Pero tenemos una oferta para usted. Si nos
dice dónde ha escondido cierto objeto de gran valor que ha robado, permitiremos que
usted y sus hermanos se marchen libres. Pero su policía espía de la Oficina Especial
debe quedarse. Tenemos algunas preguntas que hacerle.
Mallory se mofó de él.
—¡Escúcheme, Hastings, y todos los demás! ¡Envíennos a ese maníaco de Swing
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