Page 264 - La máquina diferencial
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fuego.
Tiraron de una patada otra bala, y luego una tercera. Fraser se unió de un salto a
ellos en la excavación. En un minuto frenético y agotador habían abierto una
madriguera en la zona más densa, como hormigas en medio de una caja de terrones
de azúcar.
Su posición era ahora obvia; los proyectiles estallaban y se hundían con un golpe
seco en la fortaleza de algodón, aunque en vano. Mallory arrancó un gran trozo de
material y se limpió el sudor y la sangre de la cara y los brazos. Era un trabajo muy
duro el de cargar con balas de algodón. No le extrañaba que los tipos del sur se lo
hubieran dejado a los morenos.
Fraser despejó un estrecho espacio entre dos balas.
—Deme otra pistola. —Mallory le pasó el revólver de cañón largo del marqués.
Fraser disparó un tiro, entrecerró los ojos y asintió—. Bonita pieza... —A modo de
respuesta recibieron una salva de disparos inútiles. Tom, entre gruñidos y jadeos,
despejó algo más de espacio levantando y arrojando una bala de la parte de atrás del
montón. El bloque produjo al chocar un estrépito similar al ruido de una pianola
astillada.
Hicieron inventario. Tom tenía una pistola de cañón corto con la recámara
cargada; útil, quizá, si los anarquistas se acercaban en tromba como piratas al
abordaje, aunque no serviría de mucho en ninguna otra circunstancia. El Ballester-
Molina de Mallory disponía de tres cartuchos. Al avispero de Fraser le quedaban tres
proyectiles, y al arma del marqués cinco. También tenían una carabina Victoria vacía
y la pequeña porra de Fraser.
No había señal alguna de Brian.
Se oyeron gritos ahogados y coléricos en las profundidades del almacén. Órdenes,
pensó Mallory. El tiroteo acabó de repente, sustituido por un silencio ominoso que
únicamente quedaba roto por unos extraños crujidos y lo que parecía un martilleo. El
paleontólogo se asomó por encima de una de las balas adelantadas. No había
enemigos a la vista, pero alguien había cerrado las puertas del almacén.
Entonces, en una repentina oleada, la penumbra se enseñoreó de la nave. Más allá
de la bóveda vidriada, había oscurecido a una velocidad más que asombrosa, como si
el hedor se hubiera espesado de repente todavía más.
—¿Deberíamos salir corriendo? —susurró Tom.
—No sin Brian —respondió Mallory.
Fraser sacudió la cabeza con expresión adusta. No expresó en voz alta sus dudas,
aunque fue bastante elocuente.
Trabajaron en la penumbra durante un rato. Despejaron algo de espacio,
excavaron un poco más y levantaron algunos fardos a modo de almenas. Al oírse su
actividad recibieron más disparos, destellos de cañones que iluminaban la oscuridad,
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