Page 261 - La máquina diferencial
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había olvidado amartillar los percutores. El arma del marqués parecía disponer de una
especie de seguro niquelado.
Alguien le arrojó una silla desde muy cerca; él la esquivó con facilidad, pero
entonces algo lo golpeó con fuerza en el pie. El impacto fue lo bastante intenso como
para adormecerle la pierna y hacerle perder el equilibrio, oportunidad que aprovechó
para retirarse.
No era capaz de correr muy rápido, quizá lo habían dejado tullido. Las balas
pasaban silbando a su lado con un zumbido nostálgico que le recordó al lejano
Wyoming.
Fraser le hizo señas desde la boca de un callejón. Mallory corrió hacia él, se giró
y patinó.
Fraser salió con frialdad al espacio abierto, levantó su avispero de policía y
adoptó la postura del duelista: brazo derecho extendido, cuerpo girado para presentar
un objetivo estrecho, mirada atenta, la cabeza quieta. Disparó dos veces y se oyeron
sendos gritos.
Cogió a Mallory por el brazo.
—¡Por aquí! —Al paleontólogo se le salía el corazón del pecho y no acertaba a
mover bien el pie.
Cojeó callejón abajo, travesía que terminó de repente en una tapia. Fraser buscó
frenético una escapatoria. Tom empujaba a Brian para que se subiera a una alta e
inestable pila de cajas.
Mallory se detuvo al lado de sus hermanos, se dio la vuelta y alzó las dos pistolas.
Le echó un vistazo rápido a su pie: una bala perdida le había arrancado el tacón del
zapato. Levantó la cabeza un instante después y vio media docena de bandidos
vociferantes que les pisaban los talones.
Entonces una inmensa conmoción sacudió el edificio. Montañas de productos
enlatados cayeron con estrépito al suelo en medio de una nube de pólvora. Mallory se
quedó boquiabierto.
Los seis desgraciados yacían tendidos en el callejón, reventados, como si los
hubiera alcanzado un rayo.
—¡Ned! —gritó Brian desde lo alto de las cajas—. ¡Coge sus armas! —Él
permaneció allí agazapado, sobre una rodilla. La pistola rusa aún humeaba desde la
recámara abierta. Cargó un segundo cartucho rojo de latón y papel encerado, grueso
como la porra de un poli.
Mallory comenzó a avanzar con un fuerte zumbido en los oídos. Resbaló, y a
punto estuvo de caer en el charco de sangre que se extendía por el suelo. Buscó algo a
lo que agarrarse con la mano derecha y se le disparó el Ballester-Molina, cuya bala
resonó al alcanzar una viga de hierro del techo. Se detuvo un momento y puso el
seguro con cuidado. Hizo lo mismo con la pistola del marqués y después se metió las
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