Page 263 - La máquina diferencial
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del suelo.
Fraser le dio unos golpecitos en el hombro. Mallory se giró. El policía se había
quitado la máscara. Tenía la mirada enardecida y en su barbilla pálida había
aparecido un rastrojo negro.
—¿Y ahora qué, doctor Mallory? ¿Qué nueva e inspirada maniobra se le ocurre?
—Pues podría haber funcionado, ¿sabe? —protestó Mallory—. De haberme
creído podría habernos llevado directamente a ver a Swing. Con las mujeres nunca se
sabe.
—Oh, pues claro que lo creyó —respondió Fraser, que de repente se echó a reír,
un sonido seco y extraño, como cuando se frota resina—. Bueno, ¿qué tiene ahí?
—Una pistola. —Mallory le ofreció el revólver que había recuperado—. Cuidado
con ese trozo de metralla. Fraser extrajo la púa incrustada con el tacón de la bota.
—¡Jamás había visto algo parecido a la pipa de ese muchacho! Dudo mucho que
sea legal, aunque esté en manos de un bizarro héroe de Crimea. El disparo de un rifle
arrancó un buen trozo de uno de los tocadores, y a punto estuvo de alcanzar a Fraser.
Mallory levantó la cabeza, sobresaltado.
—¡Maldita sea! Un francotirador lejano se aferraba como un mono a una de las
vigas de hierro, mientras colocaba otro cartucho en el rifle. Mallory arrebató la
Victoria a Tom: se sujetó la correa ensangrentada alrededor del antebrazo, apuntó y
apretó el gatillo. No sirvió para nada porque ya se había disparado el único tiro, pero
el francotirador abrió la boca en una «o» de terror y saltó de la viga con un lejano
estruendo.
Mallory tiró del cerrojo y extrajo el cartucho vacío.
—Debería haber cogido esa maldita bandolera...
—¡Ned! —Brian apareció de repente a su izquierda, agazapado tras un montón de
trastos—. ¡Por aquí, he encontrado balas de algodón!
—¡De acuerdo!
Siguieron a Brian y subieron como pudieron al botín por una cascada de varillas
de ballena y candelabros. Las balas silbaban y se estrellaban a su alrededor con un
zumbido. Había más hombres en las vigas, pensó Mallory, demasiado ocupado para
mirar. Fraser se incorporó una vez y disparó al bulto, sin resultado aparente.
Había decenas de balas de algodón desmotado de la Confederación, envueltas en
cuerda y arpillera y apiladas casi hasta el techo.
Brian gesticuló como un loco y luego desapareció por el otro lado de la pila de
algodón. Mallory lo entendió: con un poco de trabajo, aquello podía constituir una
fortaleza natural.
Tom y él levantaron y volcaron uno de los fardos para desprenderlo de la parte
superior de la pila, tras lo que se introdujeron en la cavidad. Los proyectiles se
hincaron en el algodón con un jadeo suave cuando Fraser se asomó y devolvió el
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